Pues resulta que en medio de todo el escándalo que lo persigue por las acusaciones ya probadas por la comisión legislativa que revisa los graves y trágicos acontecimientos por el asalto al Capitolio, el 6 de enero de 2021, el cual él instigó, Donald Trump parece estarse lanzando de nuevo al ruedo para convertirse en precandidato a la Presidencia de Estados Unidos. En efecto, Trump tuvo su reaparición en Washington, DC, el martes 26 de julio en el marco de la clausura de la Cumbre AFPI (America First Policy Institute), denominada America First Agenda (la Agenda de Estados Unidos primero), en la cual tuvo una intervención agitada y con una narrativa que rebasa por mucho las posiciones ortodoxas de antaño. Trump marca su regreso con ideas más radicales a las ya planteadas en su campaña y administración anterior. El expresidente continúa con su idea de acabar la construcción del muro en la frontera sur de Estados Unidos, castigar con pena de muerte a los delincuentes que estén involucrados en el tráfico de drogas; sigue padeciendo de pensamientos homofóbicos y xenófobos, así como con la vaga promesa de restaurar a Estados Unidos, el cual, según él, se está desmoronando.
La narrativa de Trump sigue secuestrada por la delirante idea de que durante su administración, Estados Unidos atravesó por una “edad dorada”, en la cual, según su alucinación, Trump se planta como el mejor presidente de la historia, al haber garantizado seguridad y prosperidad para los estadunidenses, nada más alejado de la verdad, si recordamos que durante su mandato se presenció el ascenso (promovido por su discurso polarizante) del segregacionismo, el racismo y la exclusión, así como un pésimo manejo de la pandemia; no se digan los altos niveles de inflación, hasta entonces la más elevada, entre otras administraciones del pasado. Este regreso de Trump ha causado un gran revuelo en Washington y aunque el Partido Republicano está dividido (50-50) acerca de si Trump debiese buscar la Presidencia de nuevo, tiene alineados (y secuestrados) increíblemente a un buen número de militantes como nunca antes se había visto; destaca el caso de Newt Gingrich, expresidente (Speaker of the House) de la Cámara de Representantes entre 1995 y 1999. Se trata de una avanzada de leales al trumpismo y que no son otra cosa, según sus críticos, que republicanos de ocasión, que sólo buscan el regreso revanchista de la demagogia trumpista, que hoy promete fracturar más todavía al establishment político de ese país. Toda vez que son fuerzas que se declaran antisistema y, en consecuencia, pretenden minar la organicidad y la fuerza del sistema y las organizaciones políticas, como el Partido Republicano mismo.
Todo el despliegue de arrogancia del trumpismo se da en un entorno político muy enrarecido por los graves resultados de las investigaciones de la comisión congresional del 6 de enero, la cual ha ido ahondando sobre las características que esa insurrección tuvo y el verdadero papel que Trump y sus allegados jugaron en el intento de golpe de Estado de 2021. Esta revuelta es, en sí misma, fiel demostración del lastre que el movimiento trumpista (empezando por el mismo Trump) supone para el sistema político de ese país: Trump y su movimiento tienen fuertes alianzas con esos grupos golpistas neofascistas y enemigos de la democracia y de las reglas del juego que ésta propone y dispone. De hecho, con la resucitación de Trump, estas fuerzas vivas han reaparecido en el escenario público y, quizás muy para el pesar posterior de Trump, estarán presentes (como rémora) en sus intentos presidenciales. Para bien y para mal, la figura del magnate no ha desaparecido del escenario político desde que desocupó la Casa Blanca. Su pesada retórica sobre el falso fraude en su contra por parte del Partido Demócrata no se ha sostenido ni entre las filas del republicanismo, en donde ya empieza a hartar esta narrativa y se podría volver un lastre de cara a las intermedias de noviembre.
En todo caso, lo que ha puesto en evidencia la investigación del Congreso es que Trump decidió “no actuar” frente a la insurgencia de sus compinches, muy a pesar de que fue testigo, vía la TV, del terror sembrado por sus seguidores al ingresar con lujo de violencia al edificio del legislativo de EU. Habrá que ver cómo termina esta saga, pero si estos hallazgos no son suficientes para hacer conciencia entre los votantes de que votar por Trump es, de nuevo, un suicidio político, entonces la sociedad estadunidense no tiene remedio y quedará presa, desde “dentro” (como sugiere Moisés Naím) y, de nueva cuenta, del autoritarismo autocrático.