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ALEJANDRO APODACA ARMENTA, EL MAQUINISTA DE LA TRÁGICA LOCOMOTORA 140 DEL KANSAS CITY-MEXICO Y ORIENTE Y SU TRIPULACIÓN.

Conferencista LIC. BERNABÉ LÓPEZ PADILLA

 

Puede ser una imagen de al aire libre

 

Puede ser una imagen de al aire libre

 

Maquinista de la locomotora #140 del FC Kansas City-México y Oriente ALEJANDRO APODACA ARMENTA quien falleció en el cumplimiento de su deber el 6 de diciembre de 1949.

En nuestra región hay muchos héroes desconocidos que merecen ser reconocidos, pero por los avatares de la vida, no lo han sido y allí permanecen por tiempo indefinido y sus aportaciones nadie las valora en su exacta dimensión.

De la United Sugar Company derivaron muchas empresas, entre otras la del Ferrocarril Mexicano del Pacífico.

Antes había llegado a Topolobampo la Kansas City-México y Oriente en 1901 y empezó a tender la vía en 1902 hasta San Pedro, Municipio del Fuerte; 122 kilómetros para ser exactos, enlazando a Los Mochis con San Blas, El Fuerte y Hoyanco. Pero fue hasta Enero de 1908 cuando empezó a funcionar el FC Sud Pacifico desde Nogales, Sonora a Guadalajara, Jal., cuando se le dio mejor aplicación al FC. Kansas City-México y Oriente que hasta entonces jalaba la caña de los predios ubicados al norte del ingenio principalmente por el rumbo de la estación Sufragio.

Allí en Topolobampo tuvo su primer domicilio el Kansas City ya que la estación de ese puerto es la primera o la última según se quiera ver, y allí trabajó en sus talleres Alejandro Apodaca Armenta, el héroe nuestro, la persona que perdió la vida en el cumplimiento de su deber, quedando en el desamparo su esposa y nueve hijos.

Ese trágico accidente, casi nadie lo recuerda, pero, ha sido tal vez el que más ha impactado a los mochitenses en todos los tiempos.

Era ALEJANDRO APODACA ARMENTA, nacido en El Fuerte, Sinaloa, en 1901, el maquinista # 1 del Kansas City-México y Oriente, que salía diariamente de Los Mochis jalando su tren hasta la estación San Pedro, Municipio de El Fuerte y de allí regresar al punto de partida a veces ya cuando el sol se había ocultado o bien hasta el otro día. Y en tiempos de zafra camaronera, había que llevar a Topolobampo carros-tanques con agua potable para abastecer a los barcos camaroneros, a la pesquera (empacadora de camarón) y a los habitantes del puerto mencionado, así como furgones que previamente habían sido proveídos de hielo en la hielera de Los Mochis para que fueran cargados de camarón de exportación que a su vez debería ser transportado de Topolobampo a San Blas en donde el ferrocarril Sud Pacifico que venía de Guadalajara, pegaba esos furgones para llevarlos a Nogales, Sonora, donde serían recogidos por los norteamericanos, para vender el producto en los mercados de las grandes urbes de Estados Unidos.

Hombre serio y muy formal, alto y fornido, portaba con orgullo su indumentaria de maquinista, su overol azul, su chaqueta de mezclilla azul, su gorra ferrocarrilera, su paliacate rojo y sus botas negras.

Alejandro había ingresado muy joven al Kansas City, a los 18 años laboraba en el taller de herrería al mando de don Rosario Leyva y empezó a recorrer los diversos departamentos del taller y hombre inteligente, aprendió lo fundamental de todas las áreas del taller de locomotoras y con el tiempo llegó a ser proveedor de locomotoras, puesto muy importante dentro del sistema de administración de ese tipo de equipos, toda vez que es la persona que se encarga de encender el fogón de la locomotora y revisar el funcionamiento de la máquina para verificar que está en óptimas condiciones de salir a trabajar cada día.

Por ello, la autorización de él era fundamental, y su responsabilidad era mucha, ya que el buen desarrollo del trabajo de todo el equipo y el cumplimiento en tiempo y forma de la transportación de las mercancías que debía llevar de un punto a otro, dependían de sus decisiones. Para ello el aspecto mecánico era fundamental, ya que una falla mecánica podía ser fatal y él lo sabía, sobre todo, considerando que las máquinas locomotoras eran muy viejas, ya que se puede decir que eran deshechos del ferrocarril de Santa Fe, que fueron adquiridos por Arthur Stillwell dueño del Kansas City - México y Oriente, para formar su empresa; por lo que las locomotoras que en esta región trabajaban en su mayoría tenían más de 50 años de servicio al llegar aquí; por supuesto, con todas las deficiencias que podían esperarse de equipos tan antiguos, que aunque se les daba un servicio de mantenimiento adecuado, muchas veces presentaban fallas que a martillazos eran arregladas, a la “ mexican fashion”.

Alejandro, entregaba al maquinista la locomotora lista para trabajar de inmediato, quien confiaba en la responsabilidad del proveedor para salir tranquilo a realizar sus funciones y regresar justo a tiempo doce horas después y a veces pernoctaban en San Pedro, Hoyanco o San Blas, era eso cuestión de trabajo.

Así pasó mucho tiempo, Alejandro ya era un experto en la “redonda” sabía hacer cualquier cosa del taller y su espíritu de superación lo llevaba a querer aprender cada vez más.

Hasta que de acuerdo con las normas del sindicato ferrocarrilero al que pertenecían todos los empleados del dicho ferrocarril, a los 39 años de edad, por derecho de escalafón compitió con otros compañeros para obtener el puesto de maquinista.

Cabe apuntar que toda empresa que se precie de organizada, realiza exámenes a los empleados más capacitados para evaluarlos y entregar el puesto al más capaz; y así, nuestro personaje es designado maquinista por ser el más capaz de todos los que compitieron, y vale la pena señalar, que no había malos en ese grupo, todos era buenos trabajadores y muy competentes y allí participaron elementos radicados en Chihuahua.

Como es obvio suponer, los ingresos que obtuvo a partir de esa fecha fueron mejores, ya que conducir una locomotora era y es una responsabilidad muy grande, toda vez que de la habilidad del maquinista dependerá el salir y llegar puntual de una estación a otra con la carga en perfectas condiciones, ya que un error en la operación de la máquina puede provocar un descarrilamiento que puede resultar una tragedia para la compañía dueña de la locomotora, ya que aparte de perder su equipo, habrá que responder por los daños a la carga que se transporta, cuyo valor suele ser muy grande; de ese tamaño era la responsabilidad del maquinista. Pero Alejandro había sido capacitado por un experto que habían enviado de los Estados Unidos, ya que él era el maquinista #1 y estaba a cargo del turno #1 que era el que salía todos los días a cubrir la ruta; los demás se atenían a la cantidad de trabajo que hubiera, a veces ni salían.

Inteligencia, serenidad, y paciencia, son atributos que debe reunir entre otros el maquinista, además de los conocimientos técnicos para ir evaluando el funcionamiento del medio de transporte, para no caer en algún error que dé al traste con los resultados esperados en cada viaje.

Y yendo y viniendo a San Pedro, Hoyanco, San Blas y a Topolobampo, fueron pasando los años hasta sumar nueve después de que Alejandro fue ascendido a maquinista, en todo ese tiempo las máquinas a su cargo ya habían jalado hasta San Blas miles de vagones llevando hortalizas y camarón, azúcar y otros productos, igualmente de San Blas había jalado a Los Mochis miles de furgones conteniendo diversos productos y mercancías, vehículos, tractores, maquinaria de todo tipo, etc., y con ello, él junto con su tripulación y demás compañeros del ferrocarril, estuvieron contribuyendo con su trabajo al desarrollo de la región del valle del fuerte.

Alejandro de recia personalidad, querido y respetado por compañeros y vecinos de aquel Mochis de los 40s., ya se acerca al medio siglo de edad, empieza a observar cambios muy importantes en su entorno familiar, sus hijas mayores Hortensia y Lola ya dejaron de ser niñas, ya son unas señoritas, y Alejandrito ya anda por los 14 años, y de allí le siguen Anselmo, Carmen Alicia, Luis Alberto, Mayra Guadalupe, quien ya para entonces había fallecido, luego habían nacido Santos Octavio y Román Javier, y su esposa Hortensia ya andaba en el penúltimo mes de la nueva espera.

Es el 5 de diciembre de 1949, el maquinista Alejandro Apodaca, como todos los días de los últimos 9 años, abre la puerta de su casa, de inmediato siente el frío de la madrugada, ese invierno se recuerda como uno muy crudo, un abrazo y un beso le da a su querida esposa y ella lo mira con esa dulzura que sus ojos emitían, más aún, tratándose de su ser amado a quien veía; ella le da su bendición como siempre: “ve con Dios Alejandro”, le dice, y luego lo ve partir con rumbo a la “redonda”.

Se esperó hasta que lo vio dar vuelta en la esquina, y, hasta entonces entró a su casa; esa imagen fue la que la acompañó hasta el último aliento de su vida, allá muy dentro de su ser, guardó el recuerdo de esa última despedida; “ve con Dios Alejandro”; no imaginaba Hortensia que desde ese momento, hacia allá se encaminó Alejandro, al encuentro del Ser Supremo.

“Ni las más leve hoja de un árbol se mueve sin la voluntad de Dios”.

Llegaron al 22 y el garrotero hace el cambio de vías y toman el rumbo sur hacia Topolobampo, de allí recorrerán 22 kilómetros hasta llegar al puerto.

Veinte minutos después entran lentamente hasta los patios de la pesquera y como siempre despega los furgones en la espuela y los carros cisterna los deja en el lugar de costumbre.

Tiene que esperar a que el agua sea vaciada en los tanques de la empresa empacadora y otra parte repartida entre la gente del puerto, operación que llevará algunas horas, tiempo después jalará de nuevo los carros tanques para ser llenados en Los Mochis y ser llevados al puerto otra vez.

Pero este día es diferente, al conductor del tren le llega la orden de que deberán esperar a que llenen de camarón todos los furgones que están en la pesquera y jalarlos hasta San Blas rápidamente, en donde el ferrocarril Sud Pacifico los pegará y los llevará hasta Nogales, Sonora. De inmediato el jefe del tren, Alejandro Apodaca Armenta, es informado y se alegra, ya que eso representará dinero adicional de ingresos por las horas extras que se generaran al esperar los furgones que serán cargados de camarón, así sus hijitos podrán tener una navidad muy feliz; todo ese año ha habido trabajo extra, así las cosas, Alejandro tiene ya algunos ahorritos para sus planes familiares del futuro, construir su casa.

Alejandro sabedor de que él es el responsable de llegar con los furgones cargados de camarón a San Blas, se retira a dormir al caboose, aquel carro amarillo que va al final del tren, que es el sitio desde donde el llamado conductor hace su trabajo y tiene un lugar para descansar..

Subió Alejandro a la locomotora y se instaló en su lugar, él se sentía muy bien, había descansado muchas horas, hicieron los movimientos para pegar los furgones y abandonar el puerto con rumbo a San Blas. Alejandro hizo las verificaciones de rigor, y dio las órdenes pertinentes a su tripulación: Roberto López, fogonero, Aniceto Luque, garrotero, Jesús Gastélum, garrotero, y allá atrás en el caboose iba el conductor Mariano Romero.

Los garroteros le informaron que los furgones y carros tanques estaban correctamente enganchados y las mangueras de aire bien acopladas , las zapatas libres, es decir, no había ningún carro frenado que pudiera dar problemas, los furgones bien cerrados en sus puertas y en las compuertas por donde se les introducía el hielo que mantenía en buenas condiciones el camarón.

Salieron como se ha dicho con rumbo a San Blas, y apenas iba tomando aviada la locomotora, pasando el campo pesquero Paredones cuando súbitamente explotó la caldera de la locomotora y esa inmensa mole de acero quedo hecha pedazos.

Allí quedaron tres ferrocarrileros muertos de inmediato: Alejandro Apodaca, con heridas en el cuerpo y en la cabeza, y Aniceto Luque, que fue impactado por la fuerza de la explosión al estar cerca del fogón, y Roberto López fue expulsado por los aires y su cuerpo localizado a cien metros de donde quedaron los restos de la locomotora.

El garrotero Jesús Gastélum tal vez guareciéndose del frio, iba en el caboose junto con Mariano Romero, a suficiente distancia de la máquina. Ellos vivieron para contarlo.

Alejandro Apodaca llevaba su reloj en la bolsa del overol a la altura del corazón, allí - se especula- alguna parte de la máquina lo golpeó fuertemente ya que la cubierta del reloj fue sacada de lugar y en la llamada “molleja” donde está la caratula se aprecia mutilada a la altura del número diez. Marcaba las 3:45:17 horas cuando por el impacto dejó de funcionar la máquina del fino reloj marca Elgin, especial para los ferrocarrileros que las compañías norteamericanas mandan hacer para regalar a sus trabajadores de vías. Se presume que a esa hora fue la explosión y fue el momento en que Dios se llevó a esas almas a vivir con Él.

En el silencio de esa madrugada del 6 de diciembre de 1949, el pueblo de Los Mochis y ejidos circunvecinos, dormían muy tranquilos recuperando fuerzas para el día que estaba empezando, cuando la explosión se escuchó por todos rumbos muchos kilómetros a la redonda, mucha gente se levantó pensando que en la fábrica había sido esa explosión, el pueblo se imaginaba que seguirían otras explosiones, los más viejos recordaban los cañonazos de los buques de guerra Tampico y Guerrero el 4 de abril de 1914 cuando se enfrentaron en la bahía de Topolobampo, participando el capitán Gustavo Salinas con su avión “Sonora” lanzando dos bombas al Guerrero que cayeron a estribor y a babor, para ser la primera vez que un avión participaba en un combate a nivel mundial.

Horas después, por toda la región norte de Sinaloa la noticia había corrido, y hubo luto general del pueblo mochitense, una tragedia así no había ocurrido antes.

Doña Hortensia fue apoyada por sus hijos hasta el día de su muerte física, lo digo así; porque a menudo el sepulcro encierra, sin saberlo dos corazones en un mismo ataúd…….