Gandallez
22 de Noviembre de 2015
Lo mismo los juristas que los aficionados al derecho saben que cualquier ley, norma o reglamento tiene el objetivo de restringir, de normar, de ordenar, de impedir. Tan sencillo y lógico como esto: las leyes que protegen cualquier libertad tienen el objetivo de restringir cualquier tipo de presión o limitación de ese bien individual y colectivo
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Nadie duda que los mexicanos han sido dados a presumir sus leyes, aunque su aplicación sea otra cosa. Hay que recordar, se enseñaba o ¿se enseña todavía? desde la primaria, que la Constitución de 1917 era la más avanzada del siglo XX por sus “conquistas” sociales, laborales, políticas… etcétera, etcétera, reflejadas claro en sus leyes reglamentarias. A casi 100 años de esa Constitución, los mexicanos siguen esperando que se aplique en muchos de sus postulados.
El amor de los mexicanos o de sus gobernantes por las leyes (con el objetivo, creen, de dejar su huella en la historia) es su propensión por las iniciativas legales de cuanta ocurrencia tienen de lo que se debe tutelar.
El mejor ejemplo de ello es la legislación electoral mexicana. No vayamos más allá de 1940. A partir de ese año, no ha habido sexenio que no presuma su Reforma Política-Electoral; en ocasiones, hasta dos. Por supuesto, siempre son las normas más avanzadas, más liberales, más democráticas, más trascendentes, aunque su trascendencia no dure más de tres o seis años, según sea el caso.
Hoy, el nuevo fantasma de una Reforma Electoral recorre México. Y todo porqueAndrés Manuel López Obrador encontró un hoyo (“laguna” le llaman presuntos especialistas) en la legislación, que data de 2007, sobre los spots políticos (propaganda) en los tiempos oficiales (los únicos en los que puede haber ese tipo de anuncios) en radio y televisión, en lo referente a la promoción política personal.
Aunque la reforma de 2007 en la materia tuvo como motivo, al igual que las anteriores, promover y proteger la equidad (el espíritu de la ley, dirán los juristas) en la competencia electoral, AMLO ha encontrado la manera de darle la vuelta a la ley, lo que no significa violarla, porque es, prácticamente, imposible que se le sancione. Así lo creen consejeros del Instituto Nacional Electoral (INE) y muchos especialistas en la materia. Lo que hace el ahora ya presidente oficial de Movimiento Regeneración Nacional (Morena) es un agandalle, como dirían los chavos, o una chicana, en el argot leguleyo: hacer lo que la ley prohíbe sin legalmente violarla —si se permite la expresión— tanto que el líder nacional del PAN, Ricardo Anaya, ha comenzado ya a utilizar el mismo ardid, quizá no ilegal, pero totalmente deshonesto.
El oportunismo y la habilidad para presentarse siempre como víctima “de la mafia en el poder” (al que aspira desde siempre) le permitirán a López Obrador ganar este episodio, aunque ahora podrá haber más beneficiados si hay quienes comoAnaya sigan el ejemplo del mexicanísimo chanchullo.
Por más que haya razones de equidad, e inclusive de legalidad y legitimidad, cualquier modificación en la legislación sobre los spots en el sentido que está planteando el PRI, a través de Manlio Fabio Beltrones, será aprovechada por el oficialmente expriista tabasqueño, quien se hizo imponer por aclamación como nuevo presidente de Morena para, entre otros objetivos, aprovechar aún más los tiempos oficiales de radio y televisión para la propaganda política.
Es tan habilidoso que, de ocurrir, lo presentará como un ataque a la libertad de expresión… la de él. Pero, además, en el México actual no se debería reprimir a nadie que proclame su intención de aspirar a la Presidencia, en el ejercicio de su libre expresión y de sus derechos políticos. Llámese como se llame cualquier mexicano tiene el derecho, en el tiempo que sea, de proclamar “quiero ser Presidente”, “voy a ser Presidente” en privado y en público, a través de cualquier medio, porque lo protege la Constitución y no viola ninguna ley actual. Lo contrario sería entregar una bandera con la palabra censura.
El problema real lo tienen los priistas que aspiran a llegar a la Presidencia de la República. Suponen que el regreso de un militante de su partido a Los Pinos significó la restauración del régimen antiguo. Es probable que así sea para ellos, pero no para los demás mexicanos que, por cierto, son mayoría. Esos aspirantes —a los que en los tiempos pasados el maestro Abel Quezada denominó como “tapados”— todavía le creen a Fidel Velázquez en aquello de que “el que se mueve no sale en la foto”, esperando que el dedazo presidencial les favorezca.
En esta época, los competidores saben que quien no se mueve, aunque sea a través del agandalle, no sale ni en la foto ni en el video ni en el spot ni en Facebook ni en Twitter ni en internet ni en los medios tradicionales. El mejor ejemplo esLópez Obrador. Por eso los priistas se sienten en desventaja.
Las leyes prohibicionistas siempre encarecen el proceso electoral y premian la gandallez, la deshonestidad, el chanchullo. Pero el principal problema es que estas leyes parten del presupuesto de que los electores son tontos y hay que decirles qué ver y qué no ver. Por favor. Los electores no son tontos. Y si lo son, dudo que lo sean peor que nuestros legisladores.