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FEDERICO REYES HEROLES Un buen presidente

Un buen presidente

Eso quiere ser. Tomémosle la palabra. Pero un buen presidente deja de inmediato de ser candidato y debe enterrar sus ambiciones de popularidad. Porque un buen presidente debe mirar lejos y tomar medidas que son dolorosas en el corto plazo, pero correctas en el horizonte. ¿Para qué las consultas y revocaciones?

 

03 de Julio de 2018

Un buen presidente gobierna con las instituciones, busca su fortaleza, no mina su credibilidad, las respeta. Las Fuerzas Armadas —con todos los problemas— son ejemplares a nivel mundial por la lealtad institucional que han mostrado durante un siglo. Tendrá que gobernar con ellas y quizá desde la responsabilidad se dará cuenta que son cimiento de la República. Lo mismo ocurre con la Suprema Corte cuya actuación se acredita de manera cada vez más sólida en la sociedad mexicana.

Y qué decir del INE, institución que libró todos los retos de la dimensión y novedades del proceso, de las adversidades como lo es la violencia que merodeó llevándose la vida de candidatos, regidores y demás. Ese INE que convocó a decenas de millones a las urnas, porque los mexicanos creen en él, la institución que lo convirtió ganador indiscutido nutriendo la historia de la perfectible democracia mexicana, brindándole a su triunfo una gran legitimidad. Será ese mismo INE el que conduzca las futuras elecciones intermedias, por eso merece todo su respeto. La palabra fraude debe desaparecer del léxico de los ganadores.

Un buen presidente guardará también un respeto profundo por las decisiones del Banco de México y buscará que las autoridades hacendarias trabajen para garantizar la estabilidad económica y financiera. Un buen presidente gobernará con profesionales y será consciente de las consecuencias perversas para la población (130 millones) del sobreendeudamiento y la inflación, sabrá que subsidiar gasolinas traslada recursos a los más ricos. Un buen presidente incrementará la inversión pública y fomentará la inversión privada, nacional y extranjera, para, así, ir solventando las necesidades de nuestro país.

Un buen presidente también incrementará el ahorro del régimen de pensiones, nuestro mayor reto financiero. Un buen presidente respetará los recursos que entren por la Reforma Energética para los fines intergeneracionales que son la razón de ser del Fondo Mexicano del Petróleo. Un buen presidente comprenderá que los dineros aplicados a la exploración rinden mucho más que si los dedicamos a la refinación y que con la Reforma Energética el Estado mexicano pudo liberar muchos recursos que se mal invertían en la empresa estatal, donde el sindicato encarece todo, recursos que pueden ser usados en infraestructura, hospitales, escuelas, actividades en las que el Estado no siempre puede apoyarse en dineros privados.

Un buen presidente cultivará una sólida relación con los empresarios nacionales y extranjeros, atenderá sus inquietudes y necesidades, porque son ellos los que crean la gran mayoría de los empleos de los que depende el bienestar de los mexicanos, comprenderá que ellos son poder permanente, parte imprescindible de la nación mexicana. Sabrá también que necesitamos de los pequeños, de los medianos, de los grandes y grandísimos, de todos. Un buen presidente hará todo lo posible por alentar las inversiones creando el máximo de confianza que es el basamento de la economía. Los pobres y los muy pobres sólo pueden dejar esa condición si se les educa y capacita para que puedan acceder a un empleo digno. Un buen presidente estará muy consciente de que el libre comercio ha beneficiado a decenas de millones de mexicanos, incluido el maíz. Un buen presidente cuidará la salud de las instituciones bancarias y de crédito, que son una palanca del desarrollo. Un buen presidente respetará y fortalecerá los órganos reguladores, que son garantía para los inversionistas y el consumidor.

Un buen presidente comprenderá que la Reforma Educativa es una medida que libera a las autoridades del yugo sindical, que permite crear los estímulos correctos para que el magisterio se supere y, así, elevar los niveles y la calidad del enorme aparato con el que cuenta el Estado mexicano y que llevó un siglo construir. Un buen presidente no permitirá que la CNTE extorsione al Estado mexicano con actos violentos que afectan a la ciudadanía.

Un buen presidente defenderá los derechos de las minorías con una agenda definida que nos permita ampliar las libertades. Un buen presidente será profundamente respetuoso de la libertad de expresión, sabiendo que los críticos y la sociedad civil cumplen una función primordial en toda sociedad, será ejemplo de civilidad y controlará a sus huestes. Un buen presidente no insultará a nadie, a ningún gremio y cuidará todos los días y todo el día sus palabras y dichos, no se permitirá ligerezas.

¿Cómo no desearle que sea un buen presidente?