Izquierda naftalina
12 de Septiembre de 2017
Como quien ha adquirido alguna adicción, una gran franja de la izquierda mexicana no puede desengancharse de su dependencia ideológica hacia el estatismo económico y la verticalidad política.
Por eso, hasta cuando no lo dice, admira a los regímenes que practican esas ideas y las imponen sobre los valores de la libertad y la democracia.
Esa izquierda –que es hija de la combinación del estalinismo y el nacionalismo revolucionario– sigue aferrada a la vieja idea de que el Estado genera riqueza y la reparte equitativamente. No importa cuántos ejemplos pueda usted aportar que demuestren lo contrario. Es su dogma.
Para esa izquierda, el Muro de Berlín se derrumbó porque Mijaíl Gorbachov y otros líderes del llamado “socialismo real” no fueron lo suficientemente tenaces en mantener el modelo.
Lo cierto es que el mundo que, durante la Guerra Fría, giraba en torno de la Unión Soviética colapsó por la inviabilidad de su modelo.
De hecho, Gorbachov trató de mantener el sistema, pero sus reformas le dieron la puntilla. Al abrirse económica y políticamente, el régimen perdió una de sus características principales: el autoritarismo. Esto llevó a la URSS a su extinción.
No fue, por supuesto, la única razón que produjo la destrucción del sistema creado por la Revolución de Octubre, cuyo centenario se cumplirá el próximo 7 de noviembre (de nuestro calendario).
Hay que agregar también la elitización de los altos dirigentes del Partido Comunista, que causó un gran resentimiento entre los jóvenes; la carrera armamentista emprendida por Washington, que secó las finanzas de Moscú, y los movimientos nacionalistas entre los pueblos no rusos conquistados desde la era de los zares.
Pero pese a todas las evidencias de que el centralismo económico y el verticalismo político terminan en el fracaso, hay muchas personas en el mundo que siguen soñando con ellos.
Ya sea porque les gustaría formar parte de la élite dirigente o porque sinceramente piensan que ese tipo de sistema funciona, se aferran a la idea.
Quedan pocos ejemplos vivos de ese sistema, que sobreviven con modificaciones en el plano económico –que hace décadas serían consideradas una herejía–, no así en lo político.
La República Popular China, Corea del Norte y Cuba son tres ejemplos de lo anterior. Los tres, en mayor o menor medida, han tenido que abrir su economía a la inversión privada, aunque en lo político sigan teniendo regímenes de partido único.
Como digo arriba, un sector grande de la izquierda mexicana sigue creyendo en ese modelo o en muchas de las ideas que se desprenden de él.
En esa postura ideológica se han amalgamado algunas características del autoritarismo priista, como el culto a la personalidad y la visión mexicana del estatismo. Y después vino el ascenso de los gobiernos bolivarianos en América Latina, que le dio un innegable impulso.
El fracaso de ese socialismo tropicalizado en Argentina, Brasil –donde ya fue expulsado del poder– y en Venezuela –donde el régimen ha tenido que atrincherarse en el autoritarismo para sobrevivir en medio de la peor crisis económica que haya vivido ese país– no ha obstado para que esa franja de la izquierda mexicana siga impulsando dichas ideas.
Su máximo representante hoy es Morena, cuyos dirigentes reaccionan con acritud cuando se compara a su proyecto con el del chavismo.
Para ser justos, es difícil de sostener que México tenga hoy mucho en común con Venezuela. Tampoco creo que pueda decirse con seriedad que el líder de Morena, Andrés Manuel López Obrador, es una calca de Hugo Chávez o Nicolás Maduro.
Que esa izquierda mexicana ha tenido su propia evolución, ni dudarlo. Lo que es difícil de comprender es que los morenistas se quejen de la comparación con el chavismo, pero no duden en dar su apoyo político a Venezuela o, como acaban de hacerlo, a Corea del Norte.
Al mandar a la diputada Ana Juana Ángeles Valencia y el consejero Ramón Jiménez López a denunciar la expulsión de México del embajador norcoreano Kim Hyong-Gil, Morena demuestra que esas ideas caducas de una izquierda fracasada siguen sobreviviendo en su ideario. Igual que las de la Presidencia omnipotente que alguna vez hubo en México, que presumía de resolverlo todo aunque haya colapsado igual que el socialismo real.