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La mujer perfecta me ama

Relatos de próxima aparición

Conocí a la Venus de Milo en 1960, tenía menos de treinta años y ella poco más de tres milenios. Sin importarme la diferencia de edades, me enamoré de esa mujer.

 

25 de Octubre de 2015

La mujer de perfecta hermosura que ni el tiempo impiadoso ha podido matar o deteriorar, aunque lo ha intentado, me ama. Ha perdido los brazos, pero sigue viva, orgullosa, sabiéndose admirada por millones de personas en las magnas escalinatas de El Louvre.

Conocí a la Venus de Milo en 1960, yo tenía menos de treinta años y ella poco más de tres milenios. Sin importarme la diferencia de edades, me enamoré perdidamente de esa mujer y en lo sucesivo una de mis ocupaciones más gozosas fue imaginarla sin túnica, me veía acariciando su bella cabeza y besándole los labios, los muslos y los senos mil veces para darles el calor que no tienen. Desde entonces, cada dos o tres años regreso a París y corro al museo a buscarla. A veces tengo celos: he podido observar entre la muchedumbre a tipos, igual que yo, apasionados por Venus, disfrutarla por horas y luego, lujuriosos, comprar tarjetas postales y réplicas suyas para ponerlas en la intimidad de sus alcobas. No me ha importado, porque estoy seguro de algo: ella es mía, me corresponde, cuando me acerco sus ojos pierden frialdad y se iluminan, como en los tiempos en que era una modelo y su creador, su primer amante, esculpía su cuerpo con delicados golpes de cincel en las maravillosas carnes de mármol.

Regreso al hogar

Apreciable lector, pongo dos opciones, seleccione por favor la de su agrado.

1: No tenía prisa por regresar a casa, me esperaban una esposa insufrible, dos hijos latosos y un perro que sólo al verme gruñía agresivo. Por ello decidí cederle el paso al impetuoso ferrocarril. Fue una decisión afortunada, se trataba de un tren infinito y en consecuencia me quedé del otro lado de la ciudad para siempre.

2: Tenía prisa por regresar a casa, me esperaban una maravillosa esposa, dos hijos encantadores y un perro que me adoraba. A pesar de mis deseos, fui respetuoso con el ferrocarril y no traté, también por precaución, de adelantármele cediéndole el escandaloso paso. Fue una decisión desafortunada, se trataba de un tren infinito y en consecuencia me quedé del otro lado de la ciudad para siempre.

Pero si usted ha quedado insatisfecho con ambas posibilidades, le brindamos una tercera:

3: No quería regresar, tanto su esposa, hijos, como el perro y la casa, le eran detestables, pero, hombre afecto a la legalidad y al orden, necesitaba recuperar sus documentos de identidad, credenciales, pasaporte, licencia para conducir, tarjetas de crédito y chequera, olvidados en el escritorio. Se propuso, entonces, pasar rápidamente y sin consideraciones o formalidades, recogerlos. El problema es que todos los días, cuando intentaba el retorno, un tren infinito le impedía el paso.

Mal negocio

El acuerdo de venderle el alma al Diablo, no es más un buen negocio como antaño lo fue. Hoy resulta riesgoso: a cambio de riquezas o de la vida eterna que puede conceder el Demonio, entregas una basura y ello es inequitativo para el Mal que busca un mínimo de pureza.

La masificación del pecado y su consecuente globalización han abaratado el espíritu, en nuestra época, es misérrimo. Cualquier día de estos veremos al Señor del Mal o a cualquiera de sus representantes cambiando sin éxito almas nuevas por viejas, en las calles de las grandes y nuevas babeles, donde al revés de la original, todos hablan una lengua común y nadie se entiende.

¿Qué es un fantasma para un fantasma?

¿Qué significa un fantasma para un fantasma? Justo lo contrario que para nosotros. Para la figura etérea las personas de carne y hueso somos quienes le inspiramos terror. Tal es la explicación por la cual apenas unos cuantos humanos hemos podido contemplar un fantasma: se ocultan en escondrijos imposibles de hallar, huyen en cuanto sienten nuestra presencia: provocamos espanto en las almas en pena, en los espíritus errabundos, en esas sombras que cruzan las paredes sin necesidad de puertas y que sufren o buscan venganza por alguna razón enigmática para la mayoría.

Los fantasmas suelen vivir en completa soledad, habitan en grandes y antiguas casonas o castillos medievales, góticos de preferencia: son sus lugares favoritos porque tienen muchas habitaciones e infinitos recovecos para ocultarse. Pero si uno se lo propone es posible encontrarlos y provocarles pánico. Muchos de ellos han muerto de espanto al toparse con un hombre. ¿Por qué?, podría preguntarse uno con dosis de ingenuidad. Porque somos terribles y monstruosos, destructivos y rencorosos. Pero ¿cómo es posible que un fantasma muera? Lo es, sólo que de manera distinta: ellos al fallecer de miedo, resucitan y quedan condenados a vivir eternamente. Éste es un castigo peor que simplemente morir.

 

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