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Los dilemas de un gobernador sin partido

El Bronco Rodríguez es una mezcla entre Vicente Fox y Andrés Manuel López Obrador. Como al primero, le gustan los caballos, los dichos provocadores, la ruptura de los protocolos y las grandes promesas. En sus palabras: “Se le acabó la fiesta a los bandidos”.

 

08 de Octubre de 2015

Al igual que Fox cuando ganó la contienda, estaba más preparado para perder que para ganar. Lo confesó en su toma de posesión: no tiene aún programa de gobierno, a pesar de haber triunfado hace cuatro meses. Como López Obrador, proviene del PRI y conoce bien sus estructuras clientelares. Con ellas se crió políticamente hablando y las sabe utilizar, así como identificarse con los sectores más populares y marginados.  A diferencia de ambos, llega como independiente, es decir, sin el apoyo de un partido político. Es el primero en México en hacerlo. Capturó bien la irritación y el hartazgo de la sociedad con la clase política de Nuevo León. Aprovechó las redes sociales de forma magistral. Mostró que la televisión es menos fuerte de lo que se cree, ya que salió ileso de los innumerables ataques que ésta se dedicó a hacerle.

El Bronco dice tener la tranquilidad “de no traer ningún partido político en la espalda”. Como le creyeron que así era, ganó. Sin embargo, sin el apoyo de algunos de los actuales partidos políticos no va a poder gobernar. Ya le dieron un primer botón de muestra. Tuvo que aceptar que el Congreso local tuviera la atribución de nombrar a su coordinador ejecutivo de gabinete. El Congreso aprobó a Fernando Elizondo, el que fuera su propuesta, pero esta buena voluntad del Congreso local quizás no sea la misma a la hora de votar por la propuesta de El Bronco para procurador estatal. Más complicado aun le será tratar de imponer un presupuesto local si no negocia con esa clase política que tanto dice despreciar.

En muchos países de América Latina los sistemas de partido han sido menos sólidos que el mexicano. Por ello tienen la experiencia del triunfo a la presidencia de un candidato que llega al poder con un movimiento recién creado o con el apoyo de un partido político pequeño. No son estrictamente independientes, pero en muchos casos, como el de Alberto Fujimori en Perú, son políticos que no estaban vinculados a la clase política tradicional, mucho menos que el propioBronco Rodríguez. Ganan la presidencia, pero se quedan con pocos escaños en el Congreso. El resultado suele ser la parálisis legislativa. Ésta se puede romper de dos formas. En Brasil, cuando era presidente Fernando Collor de Mello, el conflicto con el Congreso, donde su partido no tenía mayoría, se resolvió con la renuncia del Presidente en medio de un escándalo de corrupción que lo involucraba directamente. En Perú y Venezuela, cuando eran presidentes Fujimori y Chávez, respectivamente, el conflicto se resolvió con la ilegal disolución del Congreso y la elección de uno nuevo donde ganaron la mayoría.

En una entidad federativa la tensión entre un gobernador y un Congreso al que no controla, se suele resolver de otra forma. Peña Nieto llegó a la gubernatura del Estado de México sin que su partido tuviera mayoría en la Cámara. Fue sumando apoyos de suficientes diputados de oposición como para gobernar. Lo hizo acomodándoles sus intereses políticos o personales, ya fuera en el presupuesto o en otras leyes.

El Bronco tendrá que negociar con esa clase política a la que, con tanta razón, critica por sus excesos y corruptelas. Lo tendrá que hacer a la par de tratar de cumplir con sus promesas de iniciar investigaciones de fondo con respecto a la presunta corrupción de su antecesor. Esto en un estado que hoy está quebrado y requiere del apoyo federal para sobrevivir.

Como Fox y López Obrador, El Bronco parece creer que el mero cambio de liderazgo hará a su entidad distinta. Tener un buen líder es un primer paso. Pero no basta con ganar las elecciones. La mera voluntad de cambio es insuficiente si no viene acompañada de una visión clara de qué debe hacerse y capacidades administrativas y políticas notables.

Gobernar sin el respaldo de los partidos políticos es muy complicado. Éstos dan estabilidad al gobernante, permiten tejer acuerdos, planear. Sí, en México los partidos han sido muchas veces corruptos y abusivos. El reto para El Bronco es construir una coalición política con cualidades éticas distintas y sin usar el dinero como articulador de ésta. Si lo logra, terminará con algo como una suerte de partido político, aunque le llame de otra forma para poder seguir diciéndose independiente. Sin esta coalición le será muy difícil procesar reformas en el Congreso local.

Su mayor fuerza hoy es su popularidad. Sin embargo, ésta depende de la siempre volátil y exigente ciudadanía que, después de votar, quiere un cambio rápido y que no se le moleste mucho. No es suficiente gobernar desde la popularidad. Veremos cómo logra El Bronco cumplir su promesa de mantenerse independiente y eficaz.