¿Y quién va a emocionarnos después del 18?
Una cosa es la narrativa poética de las elecciones y otra es la prosaica de la gobernanza cotidiana. Fox, genio de la primera, nunca pudo desarrollar la segunda. Y lo mismo le está pasando a El Bronco en Nuevo León. Actualmente no visualizo a nadie que pueda elaborar y encarnar una nueva narrativa vibrante de México. Pero eso es hoy. Las cosas pueden cambiar.
17 de Agosto de 2016
En mi columna de ayer argumentaba que México carece de una narrativa que emocione tanto interna como externamente. No tenemos una historia que contar aquí dentro y allá afuera que produzca un incremento en las inversiones en nuestro país. Es una desgracia: aparecemos y nos proyectamos como una nación aburrida que no motiva ni a una mosca. Desde luego que esto no va a cambiar sustancialmente de aquí al 2018 que termine el gobierno del presidente Peña. La presente administración ya no tiene tiempo para reinventar una nueva narrativa. Todo dependerá, entonces, del próximo Presidente. Y ahí, por lo pronto, no veo un panorama muy alentador que digamos.
Comencemos con el gran provocador y eterno candidato a la Presidencia, López Obrador. Su llegada a Los Pinos sin duda motivaría a millones de mexicanos que lo adoran. La pregunta es si podría elaborar una narrativa para atraer a otros millones que desconfían de él o de plano lo aborrecen.
¿Qué historia de país tendríamos con AMLO como Presidente?
Veo dos opciones. La primera es que cumpla sus promesas de campaña y eche para atrás varias de las reformas estructurales del proyecto modernizador de México. Esto, en mi opinión, sería una regresión a las épocas del nacionalismo revolucionario de los priistas —y su dosis de estatismo— de antes de los ochenta del siglo pasado. Todo esto aderezado con una retórica de justicia social en una supuesta república amorosa. No sé si esto emocionaría dentro y fuera de México. Quizá, pero lo dudo.
La otra alternativa es que López Obrador resulte un gobernante más pragmático que ideológico. Que, a la hora de estar sentado en la silla presidencial, no modifique sustancialmente las reformas aprobadas desde las épocas de Salinas. Quizá, en este sentido, podría concentrarse en una narrativa para resolver el gran problema de México: la falta de un Estado de derecho. Francamente no me lo imagino. Sería un AMLO muy diferente al que hemos conocido en los últimos tres lustros.
En suma, en cualquiera de los dos escenarios, dudo que López Obrador pueda elaborar una narrativa emocionante de México que motive dentro y fuera del país.
En cuanto a Margarita, a su favor tiene el género. Su solo triunfo sería una gran historia: la primera mujer Presidenta de México. Una victoria que rompería con la tradición, tal y como ocurrió con Fox en 2000 al ganarle al PRI o con Obama en 2008: el primer Presidente de raza negra en un país históricamente racista. Zavala, sin embargo, tiene en su contra una pesada losa: la de su marido. ¿En qué sería diferente su sexenio al de Felipe Calderón? ¿Acaso no reaparecerían en el gobierno de Margarita personajes centrales del calderonismo? ¿Podría la exprimera dama elaborar una narrativa de país diferente a la de su esposo? Se ve difícil.
Como difícil veo este asunto para cualquiera que sea el candidato presidencial del PRI. La losa que cargarían sería aún más pesada que la de Margarita: la de Peña Nieto, un Presidente muy impopular. ¿Podrían Osorio, Nuño o Meade generar una narrativa de país diferente a la de su jefe actual? Otra vez, lo veo muy difícil.
Quedan, por tanto, los candidatos independientes. Ahí, de entrada, hay una gran narrativa si alguno de ellos gana la Presidencia: la del Quijote que venció a lapartidocracia superando todos los obstáculos posibles. Pero esta historia es muy buena para la campaña electoral. Ya sentado en Los Pinos, esta narrativa no funciona. La gente quiere resultados, y rápido. El gobernante quijotesco, mientras tanto, se enfrenta a molinos de viento que obstaculizan los cambios. Vienen los atascos. Bien decía Mario Cuomo que se hace campaña en poesía, pero se gobierna en prosa. Una cosa es la narrativa poética de las elecciones y otra es la prosaica de la gobernanza cotidiana. Fox, genio de la primera, nunca pudo desarrollar la segunda. Y lo mismo le está pasando a El Bronco en Nuevo León.
Actualmente no visualizo a nadie que pueda elaborar y encarnar una nueva narrativa vibrante de México. Pero eso es hoy. Las cosas pueden cambiar. Podría surgir, por ejemplo, otro candidato. ¿El joven Ricardo Anaya? Quizá. No sé. Lo que sé es que el próximo Presidente tendrá que modificar la percepción de México como un país aburrido al que no hay que voltear a ver.