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Sonrisa a cambio de propina

Tomado de Ruíz Healy Times

Luisa Ruiz

Viernes, 29 de Julio 2016 - 16:30

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Todo cambia y a todo, sin querer, se adapta la gente. Aquello que cambia no es lo mejor y no siempre es para evolucionar; hay también, cosas que no cambian, solo aparece lo que estaba escondido detrás de una sonrisa.

Los servidores turísticos, o son otra cosa o son lo que han sido siempre solo que ahora muestran la verdadera intención. Sabemos que detrás de una sonrisa hay mucho más que una hilera de dientes y en la del sector turístico desafortunadamente, hoy, más que nunca hay un signo de pesos. La sonrisa aumenta y tiene larga duración cuando de frente tienen al que no habla español porque delante de los nacionales las sonrisas son solo un rictus. La sonrisa por supuesto no se aprende ni se disimula, simplemente es y cuando se trabaja con turistas ésta debe ser constante y auténtica.

En los destinos, especialmente los de playa, ¿Por qué siguen creyendo que con una sonrisa falsa y tres palabras en inglés uno va a caer en un restaurante solo porque regalan un shot de tequila?

La economía que se vive en todo el país tiene repercusiones fuertes, como ejemplo, el área del turismo y sus servicios. Las aerolíneas, los hoteles y las actividades de entretenimiento buscan atraer de distintas formas a los turistas, lo que no hacen es mantenerlos y hacer que vuelvan.

El servicio al cliente turístico ya no existe, los empleados todavía creen que, con risitas, juegos desgastados, bromas absurdas y hasta coqueteos pueden conquistar una venta y, en consecuencia, una jugosa propina. Las sonrisas también dependen del color de las pulseras que los turistas portan, todo incluido, tiempo compartido, grupos, lunamieleros y otros tantos que los hoteles inventan para etiquetar a sus clientes, dicen ellos, para evitar que los molesten en las calles.

La aerolínea, que un día fue de bajo costo dejó de serlo, sus aviones siguen volando hacia arriba mientras el servicio va en picada, se están convirtiendo en un moderno camión “guajolotero” con alas, poco más y tendrán que ajustar un tubo para que vayan pasajeros de pie.

Todo se vende en el avión con precios literalmente por las nubes, ya no regalan ni la sonrisa. Todo esto provoca que la gente viaje sin consideraciones hacia los demás; una gran cantidad de personas que al subir a un avión olvidan por completo modales y reglas básicas de educación y convivencia ¡al menos deben lavarse los dientes o quedarse callados durante el vuelo! El oxígeno ahí sí, no alcanza para todos. ¡Lávense la cabeza o no se recarguen en el respaldo! ¡No se quiten los zapatos si no se lavaron los pies! Si son roncadores ¡no se duerman! Vayan al baño antes de abordar el avión, sobre todo si reservaron el asiento de ventanilla o en medio. Si se les tapan los oídos y necesitan masticar chicles ¡no hagan bombitas! Y la parte más agresiva y delicada de mencionar, si se es un gordo descomunal ¡piense!

Las aeromozas no existen como se conocieron en otros tiempos: elegantes, amables, atentas, cultas; y no se atreva nadie a hacer una broma porque ya no son aceptadas de ninguna manera. Hoy, ellas son niñas y niños que no disfrutan su trabajo, les molesta la gente, los angostos pasillos, servir y cobrar igual que los vendedores en los estadios. Ni modo, la economía obliga a que las cosas sean como a nadie le gustan.

Durante el pasado viaje anual, la aerolínea de colores moraditos, que se quedó entre volar y polaris, sobrevendió un vuelo. Una señora cargando a su niño recorrió el pasillo de ida y vuelta buscando su asiento. En un avión de asientos numerados y reservados, que haya alguien que no encuentra su lugar, lo dicho, un guajolotero con alas.

De entre casi 150 personas apretadamente incómodas preguntó la azafata a nosotras dos, - ¿son esos sus asientos? Mientras, la mujer con su niño nos observaba inquisitiva - ¿Por qué no van a ser? –respondimos-  ustedes venden asientos, no vuelos y este asiento es mío, en una de esas me lo llevo, además, me acaban de cobrar mil pesos por una pieza de equipaje extra que pesa 9 kilos y la señorita del mostrador, que es la misma parada junto a la cabina, guardó en dinero en la bolsa de su pantalón, entonces, lo de menos es que me lleve el asiento para mi próximo viaje. Algunos se rieron y la azafata nos hizo cara de los pocos amigos que debe tener, le da lo mismo sonreír, de todas formas, ahí arriba no hay propinas.

La emoción del viaje de reunión con las hermanas impide que podamos sentirnos enojadas, preferimos reírnos y el viaje nos es placentero a pesar de todo. Como sucedió en el momento en que una muy fuerte turbulencia puso a todos a rezar –esto si me está dando miedo- dijo mi tía. Cierra los ojos e magina que vamos en una lancha a toda velocidad o en la montaña rusa –le dije- de todas formas, si el avión se va a caer, no lo va a detener nuestros gritos.

En esos paseos de playa, nosotras pagamos las atenciones con la propina que corresponde al servicio que recibimos además de una amable sonrisa, aunque las sonrisas de los servidores turísticos se borran inmediatamente después de que no nos pudieron vender: tiempos compartidos, recorridos chafas por la ciudad, platería de lata, shots de tequila, cervezas al 2x1, ladies night, tours gratis a destilerías en donde la comida que se sirve cuesta desde $500 el platillo que dicen, es gourmet (léase: cerritos de comida y amontonadero de ramitas en un plato gigante)  

Preferimos, después de las experiencias, pasear como locales. Comer en restaurantes y visitar los centros de diversión, cafés, desayunadores, mercados y tianguis propios de la gente local, ahí nadie nos quiere vender lo que no queremos comprar, aunque de regreso tengamos que volar de nuevo, en el apretado camión con alas.

 

Hay cosas que se pagan con gusto y propinas generosas que rebasan el establecido porcentaje cuando el servicio existe, porque cuando las personas saben servir, atender y divertir, lo último en lo que piensan es en la propina, esa llega sola cuando la vocación de empleado turístico es simplemente una virtud.