Bergoglio sabe lo que viene a ver y sus palabras serán, sin duda, escuchadas con atención.
08 de Febrero de 2016
Feliz cumpleaños, Isabella. Pórtate bien.
La visita del papa Francisco será, sin duda, uno de los acontecimientos más relevantes de los últimos tiempos en nuestro país, no sólo por el contenido espiritual de su visita sino, sobre todo, por la dimensión política del mensaje de quien nunca ha dudado en estar del lado de los desposeídos y ha fincado en ello su apostolado.
Bergoglio sabe lo que viene a ver y sus palabras serán, sin duda, escuchadas con atención —dado que también sabe de lo que habla. Para muestra, algunos fragmentos del libro Corrupción y pecado. Algunas reflexiones en torno al tema de la corrupción, de su autoría y publicado en 2005 en su natal Argentina, y en relación a los cuales más de alguno podría ponerse un saco.
Sobre la actitud que mantiene frente a los corruptos, por ejemplo: “Podríamos decir que el pecado se perdona; la corrupción, sin embargo, no puede ser perdonada. Sencillamente porque en la base de toda actitud corrupta hay un cansancio de trascendencia: frente al Dios que no se cansa de perdonar, el corrupto se erige como suficiente en la expresión de su salud: se cansa de pedir perdón.(…) Sí, la corrupción tiene olor a podrido. Cuando algo empieza a oler mal es porque existe un corazón encerrado a presión entre su propia suficiencia inmanente y la incapacidad real de auto-bastarse; hay un corazón podrido por la excesiva adhesión a un tesoro que lo ha copado”.
O la seriedad de algunos personajes con los que se entrevistará: “Y la frivolidad es mucho más grave que un pecado de lujuria o avaricia, simplemente porque el horizonte de la trascendencia ha cristalizado hacia un más acá difícilmente reversible. El pecador, al reconocerse tal, de alguna manera admite la falsedad de este tesoro al que se adhirió o adhiere… el corrupto, en cambio, ha sometido su vicio a un curso acelerado de buena educación esconde su tesoro verdadero, no ocultándolo a la vista de los demás sino reelaborándolo para que sea socialmente aceptable”.
O bien, cuando sea recibido entre pompa y circunstancia en algunos despachos: “Toda corrupción crece y —a la vez— se expresa en atmósfera de triunfalismo. El triunfalismo es el caldo de cultivo ideal de actitudes corruptas, pues la experiencia les dice que esas actitudes dan buen resultado, y así se siente en ganador, triunfa. El corrupto se confirma y a la vez avanza en este ambiente triunfal. Todo va bien. Y desde este respirar el bien, gozar del viento en popa, se reordenan y se rearman las situaciones en valoraciones erróneas”.
O, tal vez, cuando contemple estupefacto a sus interlocutores: “…El corrupto no tiene esperanza. El pecador espera el perdón… el corrupto, en cambio, no, porque no se siente en pecado: ha triunfado”.
O cuando se tome la foto entre colaboradores sonrientes: “…un ambiente de corrupción, una persona corrupta, no deja crecer en libertad. El corrupto no conoce la fraternidad o la amistad, sino la complicidad. Para él no vale ni el amor a los enemigos o la distinción que está en la base de la antigua ley: o amigo o enemigo. Él se mueve, más bien, en los parámetros de cómplice o enemigo”.
O cuando conozca a los dirigentes de los partidos: “En primer lugar, todos han elaborado una doctrina que justifica su corrupción, o que la cubre. El segundo rasgo: estos grupos son los más alejados, cuando no enemigos, de los pecadores y del pueblo. No sólo se consideran limpios, sino que —con esta actitud—proclaman su limpieza”.
Así piensa Jorge Mario Bergoglio, y con la misma franqueza se expresa. El Papa que tomó Francisco por nombre, en honor al santo de los desposeídos, y que en tal potestad visita nuestro país —además— un día después de que se cumpla un mes de la desaparición de los jóvenes de Tierra Blanca, que suma y comprende nuestra historia reciente. Habrá que escucharlo con mucha atención.