Por Jesús Alberto Rubio.
Hace 69 años, un 16 de agosto, partió al cielo una de las más grandes figuras del rey de los deportes: George Herman (Babe) Ruth.
Al paso del eterno tiempo, hoy podríamos hacer la gran pregunta: ¿y qué tanto representa el Babe para las recientes generaciones amantes del béisbol…?
Interesante cuestión.
De Babe Ruth, obviamente a través de los años ya he escrito múltiples artículos/columnas y precisamente una de ellas es la que hoy le comparto con algunos nuevos detalles y conceptos porque es posible que mis nuevos lectores –esa nueva generación—no la hayan leído en su momento.
Lo importante, finalmente, es evocar juntos una vez más la memoria de tan grandioso pelotero que trascendió tanto como lanzador en su primera fase, como de aporreador… ¡y de qué forma.
Un enorme bateador/jugador en lo físico para su tiempo: 188 de estatura con 97 kilogramos de peso.
Y, claro, zurdo para batear y lanzar, posiciones donde en cada una registró cuántas heroicidades entre 1914 –en su debut con Medias Rojas—y su retiro en 1935 con los Bravos, en aquella época también de Boston.
Hoy, en su aniversario de fallecimiento, enfoquémonos hacia sus últimos días de vida, antes de que a sus 53 años de edad, en 1948, impactara al mundo con su muerte debido a un cáncer en la garganta.
Lloraron su partida
Eran las 8.01 de la noche cuando se anunció en Nueva York la triste y lamentable noticia de su deceso y se puede afirmar que toda la familia beisbolera, especialmente sus Yankees, lloraron su partida física.
Y es que, con partida fuera del mundo terrenal, daba fin a su grandiosa carrera de 22 años en la que, hablando de su poder al bat, estableció la marca de 714 jonrones que se mantuvo vigente hasta que Hank Aaron la batió el 8de abril de 1974 con su histórico 715 ante los Dodgers en el entonces Atlanta Stadium.
Ya luego aparecería en el firmamento Barry Bons con el nuevo record de cuadrangulares (762), pero pues esa es ya otra historia.
El lamentable diagnóstico
Volviendo al eterno Sultán, eterno e inmortal del beisbol:
Fue en 1946 cuando le diagnosticaron cáncer en la garganta (tabaco, la causa), pasando varios meses hospitalizado después de que nunca se quejaba de algún dolor o enfermedad.
Sin embargo esa vez hablaba de tener un dolor de cabeza un día tras otro y su voz se oía muy rasposa, ronca.
El 10 de agosto de aquel año llegó de noche a su hogar, se fue a su cama y llamó al doctor. Los dolores le seguían, pero mantenía su rutina normal; se levantaba a las ocho de la mañana, desayunaba y se iba a jugar golf, boliche, pescar o se reunía con un grupo de jóvenes.
En esos días, solía decir: “Cualquier cosa que sea, no me va a liquidar”.
Sin embargo, la enfermedad avanzó y el 6 de enero del 47 los doctores decidieron operarlo, extirpándole el nervio que conduce la sensación de dolor al cerebro.
Volvió a casa el 15 de febrero ya que la cirugía resultó exitosa y en ese verano aumentó 42 libras de peso.
Durante dos años al Babe los Yankees le rindieran diversos homenajes, declarando el 27 de abril como “El Día de Babe Ruth” y luego también retiraron su No. 3.
Momentos históricos por demás inolvidables en torno a la figura de Ruth.
Precisamente, fue el 13 de junio de 1948, un día con mucha lluvia, cuando el Babe se puso su viejo informe de rayas para asistir al Yankee Stadium y ser homenajeado con el retiro de su eterno número.
Ya estaba muy enfermo y la emoción le brotaba a raudales.
Expresó unas palabras que casi no se escucharon; su voz estaba muy apagada.
Claire Ruth, contó en esos días que su amado esposo la noche del 15 de agosto cuando le dio las buenas noches, le besó rápidamente y le dijo: “No vengas mañana al hospital porque no estaré aquí”.
Al día siguiente, Ruth estaba muriendo.
Pero el gran Babe, muy a su estilo, con todo y la gravedad encima y sin dejar su sonrisa tenía la ocurrencia de decir “Si pudiera escoger el día de mi muerte, me decidiría por un lunes para que mis amigos no vean perjudicados su fin de semana”.
A las 6:45 de la noche, el Babe columpió sus piernas sobre la cama a un lado de su cama; se levantó y cruzó la recámara. El médico y las enfermeras que lo regresaron a su aposento, le preguntaron: ¿A dónde vas Babe? Y respondió: “Me voy hacia el Valle”.
Fueron sus últimas palabras.
Entró en coma profundo…y partió, tranquilo.
Cuando corrió la noticia, hasta los extraños al béisbol sintieron suma tristeza.
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Horacio Piña con la Peña de La Laguna
Juan Antonio García Villa, coordinador general de la Peña de Beisbol de La Laguna, nos envía la grata noticia de que tuvieron una gran reunión ni más ni menos que con Horacio “El Ejote” Peña, autor de un sin hit ni carrera y lo que fue el segundo juego perfecto en el beisbol de la Liga Mexicana, además de campeón mundial en 1973 con los Atléticos de Oakland.
“Estimado Jesús, tuvimos el pasado lunes una reunión de lujo por la asistencia de Horacio "El Ejote" Piña, nativo y vecino de la ciudad de Matamoros, Coahuila, población ya prácticamente conurbada a Torreón.
Durante casi dos horas el miembro del Salón de la Fama del beisbol mexicano mantuvo sencilla pero muy amena charla durante la cual dio cuenta de sus recuerdos, anécdotas y conocimientos del deporte rey, además de que dio respuesta puntual a cuanta pregunta le formularon los asistentes.
Al final del encuentro expresó haber quedado muy complacido de la reunión y los peñistas de manera unánime dijeron lo mismo.