Historia y Cultura
El chapo planeó la traición al Mayo Zambada
El Chapo Guzmán planificó la traición y captura de El Mayo Zambada
La captura de Ismael "El Mayo" Zambada, uno de los narcotraficantes más emblemáticos de México y cofundador del Cártel de Sinaloa, es una historia que revela hasta dónde puede llegar la traición en el mundo del narcotráfico. De acuerdo con el periodista Luis Chaparro, Joaquín “El Chapo” Guzmán orquestó la entrega de Zambada desde su celda en Estados Unidos, aprovechando su posición para asegurar la protección de sus hijos mediante un acuerdo con las autoridades estadounidenses.
¿Por qué El Chapo decidió traicionar a su aliado?
Antes de su última captura en 2016, El Chapo sabía que el final de su libertad estaba cerca. Según Chaparro, Guzmán le pidió a sus hijos que consideraran entregarse voluntariamente a las autoridades estadounidenses para evitar un destino similar al suyo, una cadena perpetua:
"Se van a ir tras mis hijos si ellos siguen trabajando", habría sido el razonamiento de Guzmán, buscando proteger a su familia. Sin embargo, solo uno de sus hijos, Joaquín Guzmán López, mostró interés en abandonar la vida delictiva, mientras que sus otros hijos, conocidos como Los Chapitos, se negaron rotundamente a dejar el negocio.
La carta de El Chapo y el plan para entregar a El Mayo
Luis Chaparro revela que en algún momento, El Chapo envió una carta a Joaquín Guzmán López, conocido como El Güero, para establecer objetivos claros sobre a quiénes entregar y cómo hacerlo.
Esta estrategia no fue solo una decisión improvisada, sino un plan calculado donde El Mayo Zambada sería la pieza clave para garantizar la reducción de sentencias de sus hijos.
Chaparro indica que Guzmán López y su hermano Ovidio estaban en el centro de este esquema, con el objetivo de negociar una posible reducción de cargos que les permitiera alejarse del narcotráfico.
Una negociación secreta y el papel de Homeland Security
Cártel de Sinaloa entre traiciciones y negociaciones con Estados Unidos.
La negociación de entrega fue mucho más compleja de lo que parece. Joaquín Guzmán López, siguiendo las instrucciones de su padre, estableció un acuerdo con agencias estadounidenses, quienes, según Chaparro, ofrecieron aviones encubiertos de Homeland Security para asegurar el traslado sin dejar rastros visibles en el radar.
¿Qué está pasando con los hijos del Chapo Guzmán? Entrevista exclusiva con Luis Chaparro
Los aviones, conocidos como “covert” o encubiertos, operan sin registros oficiales y garantizan la máxima discreción, mientras que el piloto armado y los estrictos protocolos de seguridad protegían la operación de cualquier intento de rescate o intervención.
El Mayo Zambada: De socio de confianza a peón sacrificado
La decisión de entregar a Zambada fue calculada, pero brutal. Ismael “El Mayo” Zambada había sido un aliado de El Chapo y, en varios momentos, el líder de facto del Cártel de Sinaloa.
Con su captura, El Chapo buscaba negociar la situación de su hijo Ovidio, quien enfrentaba una serie de cargos graves en Estados Unidos. Sin embargo, lo que probablemente Zambada nunca imaginó es que sería su propio amigo y aliado quien traicionaría su confianza.
Luis Chaparro describe cómo el plan de traición se consolidó en cuanto Guzmán López aceptó entregar a Zambada a cambio de beneficios judiciales para su hermano Ovidio.
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La detención de El Mayo y su traslado a Estados Unidos desató una serie de eventos legales que reestructuraron las audiencias de Ovidio, dando a los hijos de El Chapo el tiempo necesario para negociar su situación.
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El futuro del Cártel de Sinaloa tras la entrega de El Mayo
La captura y traición de El Mayo Zambada podría cambiar la estructura del Cártel de Sinaloa de una forma irreversible.
El liderazgo de Los Chapitos ha generado divisiones internas en el cártel, y con la entrega de Zambada, la influencia de los herederos de El Chapo podría consolidarse aún más, aunque el costo haya sido la traición de uno de los pilares históricos del narcotráfico en México.
Por otro lado, esta traición plantea preguntas sobre el papel de las autoridades estadounidenses en la lucha contra el narcotráfico en México, así como sobre los alcances de las alianzas y traiciones dentro del cártel. La historia de Zambada es una muestra de cómo el crimen organizado no conoce de lealtades, y hasta los lazos más fuertes pueden quebrarse cuando el poder y la libertad están en juego
La Constitución, rehén de la reforma de justicia
Número cero
José Buendía Hegewisch
La reforma judicial precipita a los Poderes de la República en una carrera en que se vale cualquier medio para alcanzar sus fines. Pero el enredo jurídico rema contra la justicia en un país sumergido en la incapacidad política de mayorías y minorías para tener acuerdos al costo de tomar como rehén el control de la Constitución y así universalizar la desprotección de todos.
De la lucha por la “madre de todas las reformas” hay que desmantelar las coartadas de los que antes se desentendieron del acceso de la mayoría a la justicia y ahora agitan el temor al autoritarismo para frenarla, tanto como del conformismo ideológico capaz de avalar toda acción para liberarla del veto, así sea al precio tomando el dominio constitucional para el desamparo de todos. La resolución del conflicto y de los traumas de ayer es compleja para cualquier democracia, pero no provendrá de disculpar la idea de que la ley sirve para que la gente controle al poder, y no para someterla. De lo contrario, qué suerte correrían con avatares de la composición política que desconocieran, por ejemplo, los derechos humanos.
La ley de supremacía constitucional que el bloque oficialista aprobó en un fast track desaseado, sin debate ni consensos con la minoría opositora, no garantiza que no derive en un instrumento de control político; aun si sirve para blindar a la reforma de la pretensión de la Corte de extralimitar funciones y colocarse por encima de la voluntad mayoritaria de los ciudadanos en las urnas en favor de la 4T. En un tema grave para el equilibrio de Poderes, el proceso legislativo acelerado y plagado de triquiñuelas es indicativo del litigio político detrás de las reformas que esta semana se definirá en el Congreso.
Claudia Sheinbaum recibió una bomba de tiempo de su antecesor con una reforma sin acuerdo alguno, incluso en contra del Poder Judicial y de la forma de integrarse a través del voto popular o de sus procesos internos. Cabe preguntarse hasta dónde la Corte puede intervenir para preservar privilegios y canonjías de su estructura, sin antes haberse auto reformado pese acusaciones de corrupción e influyentismo en su interior; de allanarse a las presiones del poder económico con controversias y amparos para suspender obras de gobierno como los proyectos emblemáticos del sexenio pasado; sin responder por la entrada de todos a la justicia.
Sheinbaum rechaza que la reforma abra paso al autoritarismo con que los opositores la reprueban. Los equilibrios entre la soberanía popular y Poderes contra mayoritarios de las Cortes afectan a todas las democracias en el mundo como mayor reto para la legitimidad y confianza en la ley. No somos ajenos a esa contradicción ni dejamos de ser democráticos por afrontar peligros que pueden derivar en parálisis de gobierno o hasta golpes blandos de los aparatos de justicia contra los gobiernos como otras experiencias en América Latina.
Pero la disputa tiene atrapado al país en una escalada de acciones y reacciones entre Poderes que socavan a las instituciones con pretendidos artilugios legales. El gobierno y el Poder Judicial están trenzados en una guerra que ya suma más de 170 suspensiones judiciales contra la reforma… más las que se sumen, y respuestas de decretos legales como la de supremacía constitucional para hacer inexpugnable a la reforma e imponerse políticamente, aunque pase por la idea descabellada de anularse.
Unos y otros se acusan de provocar una crisis constitucional en defensa del aparato de justicia o para recortar la posibilidad de impugnación de la polémica reforma, hasta privar a la Constitución de controles necesarios para impedir impugnaciones de decisiones políticas en su texto. En efecto, esta reforma que se justifica en querer empatar la Constitución con la ley de amparo, recorta el control de la Corte para juzgar sobre controversias constitucionales que sirven para garantizar el territorio de derechos básicos de la ciudadanía independientemente del color del partido que gobierne.
La batalla es política, no jurídica. El uso de la tramoya legal como herramienta del combate político desaparece su racionalidad. Cuando el fin justifica los medios comienza la eliminación del contrario y termina la política, única fuente para resolver el conflicto entre Poderes y principal salida democrática para impedir que todos seamos huérfanos de ella, en un país ávido de atacar la impunidad, el delito y la violencia.
El brazo de El Toro
Bitácora del director
Pascal Beltrán del Río
Viví las glorias de Fernando Valenzuela como simple aficionado al beisbol, siendo adolescente. Yo tenía 15 años cuando aquella Serie Mundial de 1981.
El declive del pitcher sonorense me tocó verlo como periodista. Siguiendo el consejo de Vicente Leñero, quien decía que siempre es más interesante la historia de un vencido que la de un vencedor, empecé a poner atención en la parte final de su carrera en Grandes Ligas, cuando pocos se ocupaban de él.
Hoy tampoco se habla mucho de esa etapa. Este viernes está programado un homenaje –muy merecido– a El Toro de Etchohuaquila, en el primer partido del Clásico de Otoño, que, casualmente, vuelve a enfrentar a los Dodgers y a los Yanquis, luego de 43 años. Seguramente se recordarán sus hazañas, como han hecho los medios desde que se supo, la noche del martes, que había fallecido. Sin embargo, nada se dirá del maltrato que le dieron. Igual que a un toro de lidia, lo exprimieron hasta dejarlo tirado.
En julio de 1997, viajé de Washington, DC –donde era corresponsal–, a San Luis, Misuri, en un avión de la desaparecida TWA. Había pactado una entrevista con Valenzuela con el área de prensa de los Cardenales, su sexto y último equipo en la Gran Carpa. Yo no lo sabía, pero esa sería la última entrevista que daría como ligamayorista.
Después de que los Dodgers lo despidieron, antes del arranque de la temporada de 1991, Valenzuela comenzó a rebotar de novena en novena. Primero estuvo con los Serafines. Sólo tiró dos juegos con el equipo de Anaheim. Sus salidas fueron tan malas que lo mandaron a lanzar a una sucursal de Triple A, en Edmonton, Canadá. En agosto decidió que ya era mucho y abandonó la organización.
En 1992, tomó la difícil decisión de regresar a la Liga Mexicana, donde los Charros de Jalisco le ofrecieron un contrato. En 1993, tuvo un segundo aire. Luego de pichar en la Serie del Caribe para los Venados de Mazatlán, llamó la atención de los Orioles y se ganó un lugar en el bullpen. Su salario era de la décima parte de lo que la escuadra de Baltimore pagaba al también lanzador Rick Sutcliffe, pero no le importó, ya estaba de vuelta en Grandes Ligas.
Terminó esa temporada con marca de 8-10. De ahí pasó a los Filis, donde abrió siete juegos y ganó uno. Su siguiente parada fue San Diego, donde los Padres buscaban atraer a la afición del otro lado de la frontera, pero allí duró nada más dos temporadas completas. El 13 de junio de 1997, estaba calentando para abrir un juego cuando el mánager Bruce Bochy le avisó que no lanzaría, pues lo acaban de intercambiar por el pitcher Danny Jackson de los Cardenales.
Cuando me encontré con Valenzuela en el vestidor, antes de un partido contra los Mellizos, tenía el codo izquierdo metido en una bolsa de hielo. Lo encontré malhumorado, creo que frustrado, y mis preguntas sobre su inminente retiro no ayudaron a destensar el ambiente. En ese momento tenía una marca de cero ganados y tres perdidos. Le tocaba lanzar al día siguiente, contra los Piratas, en lo que sería su último juego en las Mayores.
¿Por qué se desinfló Valenzuela? Las estadísticas dicen que los Dodgers lo trabajaron de más. Quizá por eso sólo duró 17 temporadas en Grandes Ligas. En comparación, Nolan Ryan duró 27, pero El Expreso –quien también debutó a los 19 años– sólo tiró 33 juegos completos en sus primeros seis años; Valenzuela, casi el triple.
Esa vez aproveché para platicar con Rick Honeycutt, a quien le había tocado ser compañero de El Toro en los Dodgers y volvía a serlo en San Luis. Le pregunté si el mánager Tom Lasorda había dejado que Valenzuela trabajara de más el brazo. “Pasaron dos cosas”, me dijo. “Primero, no había muchos relevistas; segundo, Fernando nunca quería bajar del montículo”.
Si fue así, no debió dejarse esa decisión al criterio de un pelotero veinteañero. Ese exceso seguramente fue la causa de que Valenzuela nunca alcanzara los números para ingresar en el Salón de la Fama. Sí, retiraron su número 34 el año pasado, pero fue poco y fue tarde. Como todas las retribuciones a un jugador que dio tanto.
La última y nos vamos
A juicio de Amparo
Maria Amparo Casar
Es ésta la última columna que tengo oportunidad de escribir en el periódico que ha sido mi casa durante los últimos 11 años. Agradezco a Excélsior la oportunidad de despedirme de mis lectores y la aprovecho para compartir algunas reflexiones, inevitablemente personales, pero, quizá, de interés general para el momento que vivimos.
Crecí en una época del país en la que las libertades de expresión y de prensa eran letra muerta. El periodismo de investigación no existía y el derecho a la información no asomaba todavía en el horizonte.
Poco a poco, cobraron vigencia. Se abrieron paso movimientos independientes, la academia se fortaleció, nacieron organizaciones de la sociedad civil, diarios y revistas independientes. Los medios masivos abrieron sus espacios a la crítica.
Como en otros aspectos de la vida democrática, los avances fueron paulatinos, pero reales. Todos tuvimos la oportunidad de constatarlo y disfrutarlo. Lo registró así, a lo largo de cuatro décadas, el Freedom of Expression Index, cuya pregunta base es ¿hasta dónde respeta el gobierno la libertad de prensa y de medios, la libertad de la gente común a discutir asuntos políticos en la esfera pública y la libertad de expresión académica y cultural? En 1968, México alcanzaba únicamente 0.3 puntos en ese índice, cuyo valor máximo es uno. En 2018, nuestra calificación llegó a 0.8 puntos. Habíamos ganado cinco décimas, pero de ahí bajamos a 0.6, en 2023 y me temo que la caída seguirá cuando se mida 2024.
La libertad de expresión no sólo consiste en poder ejercer la crítica desde algunos espacios como yo he tenido la fortuna de hacerlo.
Hace más de 80 años, el presidente Franklin Delano Roosevelt habló de cuatro libertades esenciales: de expresión, de culto, de vivir sin privaciones y de vivir sin miedo. La libertad de expresión está ligada indisolublemente a la libertad de vivir sin miedo.
En México, un gran número de valientes periodistas viven con miedo. En este sexenio, 47 han perdido la vida. Otros, como Ciro Gómez Leyva, tuvieron más “suerte” y el atentado contra su vida falló, pero supongo que vivirá con miedo a que vuelvan a atentar contra él y la “suerte” lo abandone.
La libertad de expresión puede restringirse por numerosos procederes y el miedo imponerse por muchos medios. Los medios favoritos de este gobierno para infundir miedo han sido los insultos inclementes del Presidente en su conferencia matutina, que convierten a los comunicadores en presas del odio, del desprestigio, del aislamiento o del escarnio; la revelación ilegal de datos personales; la divulgación, también ilegal, de los datos de organizaciones, incluidos donantes, proveedores y planta de colaboradores; la instrucción de auditorías fiscales frecuentes, la apertura de carpetas penales y civiles por presuntos actos de corrupción sin sustento, y el amago de investigaciones por parte de la UIF, el SAT y de la Procuraduría Fiscal.
Mi experiencia es que este tipo de amenazas generan temor entre los periodistas, dañan su reputación, inhiben la aportación de donaciones por posibles represalias, provocan la desaparición de organizaciones de la sociedad civil, impiden el ejercicio independiente de la profesión o provocan la autocensura.
He sido beneficiaria de la libertad de expresión que la democracia trajo a México. He podido expresar en diversos medios mis investigaciones y opiniones sobre la vida pública. Lo he hecho sin que dueños de medios o directores editoriales me hayan censurado jamás. Pero ha habido consecuencias.
El periódico Excélsior ha sido para mí, uno de los medios más importantes. Me abrió sus puertas hace más de 11 años y no he recibido desde entonces más que facilidades, atenciones y pleno respeto a mis artículos semanales. Nunca una llamada de cautela, nunca un llamado a la moderación, nunca una censura de ninguna naturaleza.
Me voy con pesar de perder este valioso espacio, pero con un profundo agradecimiento a la empresa, al vicepresidente ejecutivo de Grupo Empresarial Angeles, Ernesto Rivera, y muy especialmente a mi amigo y colega Pascal Beltrán del Río, director editorial del hasta hoy mi periódico. El mismo agradecimiento va para mis lectores.
Espero que todos los que han perdido espacios desde dónde ejercer la crítica encuentren la manera de seguir siendo leídos y escuchados. Pero lo cierto es que hoy el Estado de derecho, la democracia y la libertad de expresión están amenazados en México.
No sé lo que viene hacia adelante. Tengo la esperanza que la nueva Presidenta revierta lo perdido y sea una abanderada de la libertad de expresión, facilite el fortalecimiento de la sociedad civil y promueva la diversidad de opiniones que enriquecen la vida pública.
Estoy convencida de que si hay voluntad y apertura, quien ejerce el poder podrá hacerlo de mejor manera con una prensa crítica.
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