La tendencia sadista es el deseo de hacer a otros sufrir o verlos sufrir. Este sufrimiento más frecuentemente es sufrimiento mental.
Su objetivo es dañar, humillar, avergonzar a otros, o verlos en situaciones embarazosas y humillantes (…)
El sádico necesita de la persona sobre la cual domina y la necesita imprescindiblemente, puesto que sus
propios sentimientos de fuerza se arraigan en el hecho de que él es el dominador de alguien.
Erich Fromm
Son muchos los rasgos que asemejan a Donald Trump con el liderazgo narcisista que identifican al líder fascista, según Erich Fromm en su gran ensayo El miedo a la libertad, que se abocó, entre otras cosas, al análisis del autoritarismo, en particular de Hitler. Este líder narcisista y también carismático degrada a sus públicos diciéndoles que son basura y que sólo él con su liderazgo mesiánico los puede convertir en personas dignas de ser consideradas tales –aunque degradadas–. Más aún, este liderazgo les da sustancia a partir de la fórmula de que son unos desdichados, y que sólo con él y a partir de él, pueden acceder al paraíso terrenal. Este discurso humilla por medio del sadismo al contrincante, o a cualquier interlocutor “anómalo” y “no perteneciente”. Desde que hace años Trump exigiera a Obama su acta de nacimiento, argumentando que el expresidente había nacido en Kenia y posteriormente se había mudado a Indonesia a profesar la religión musulmana, este personaje se ha distinguido por una narrativa soez y golpista en contra de todo lo que se le oponga. Entre más humillados por el sadismo del liderazgo trumpiano, más sensación de “pertenencia” a algo y ese algo es el precario mundo que Trump les promete a sus seguidores. En este sentido, Fromm nos recuerda que hay una relación entre el sádico y el objeto de su sadismo: “la dependencia de la persona sádica con respecto a su objeto”. Fromm nos señala algunas tendencias de esta conducta sádica, por ejemplo, el “sometimiento de los otros, al ejercicio de una forma tan ilimitada y absoluta de poder que reduzca a los sometidos al papel de meros instrumentos. Otra está constituida por el impulso tendiente no sólo a mandar de manera tan autoritaria sobre los demás, sino también a explotarles, a robarles, a sacarles las entrañas, y, por decirlo así, a incorporar en la propia persona todo lo que hubiere de asimilable en ellos: ‘yo te mando porque sé qué es lo que más te conviene y en tu propio interés deberías obedecerme sin ofrecer resistencia’. O bien, ‘yo soy tan maravilloso y único, que tengo con razón el derecho de esperar obediencia de parte de los demás’”. Estos rasgos retratan el liderazgo autoritario de personajes como Hitler, Putin y Trump.
Todo esto viene a cuento por la lluvia de comentarios sobre el fascismo de Trump de antiguos colaboradores del exmandatario. Por ejemplo, los generales Mark A. Milley (“Trump es fascista hasta la médula”) y John Kelly han señalado los rasgos fascistas de Trump y su carácter dictatorial y desordenado. Dura crítica viniendo de dos actores que intimaron con el magnate, al tiempo que estuvieron en desacuerdo con Trump por sus impulsos autoritarios. El peligroso chovinismo de Trump y su despotismo poco ilustrado representan la antítesis del conservadurismo del partido de Lincoln, que en forma más civilizada que salvaje era conducido por decorosos representantes del Partido Republicano. Lo que ocurre con este partido es que vive una descomposición ideológica de dimensiones aún inconmensurables y que se han reflejado en los resultados electorales de 2020. Trump es un hombre enojado, corroído por la rabia, el odio y la ira, lo que a su vez comparte con sus furiosos seguidores, quienes ahora amenazan, al igual que él, con no reconocer los resultados electorales si no triunfa. Además, advierte que el proceso es fraudulento y que opera en su contra una conspiración orquestada por la prensa liberal y los sectores progresistas. Ya lo dijo Trump mismo: “seré dictador el día uno de mi mandato.” Así es Trump, así era Adolf Hitler.
Un triunfo de Trump sería la derrota de la democracia, tanto en EU como en otros países. Se consolidaría la autoritaria internacional populista que ya tiene en Hungría, Suiza, Países Bajos, Gran Bretaña y Alemania, entre otros, fieles seguidores de extrema derecha que se han consolidado en el poder (como en Hungría) o que han avanzado sustancialmente en la búsqueda de éste (los neonazis en Alemania) cancelando la institucionalidad democrática. El triunfo del trumpismo sería el triunfo de la regresión política y el estancamiento socioeconómico. Sería un triunfo del pasado sobre el presente y el futuro.