La expresión «domingo siete» proviene de la tradición oral del medievo, de la cual existe una versión divulgada por los hermanos Grimm a finales del siglo xviii.
La historia habla de dos personajes antagónicos en sentimientos e intenciones —uno «bueno» y el otro «malo»— que se encuentran ante una situación desafortunada y, mientras uno enfrenta las circunstancias con valentía y honestidad, el otro prefiere huir y sacar ventaja; al final, el primero es premiado y el otro recibe un castigo.
Lo interesante es que por distintas que sean las versiones del relato —ya sea que se trate de dos compadres, hermanos o amigos—, y por más comunes que sean los sentimientos aludidos en la anécdota, hay una cancioncita —cantada por brujas, hechiceras, gnomos o el personaje fantástico de su preferencia— que participa como detonante del desenlace de la historia:
«Lunes y martes / y miércoles, tres», que el hombre de corazón honrado completa desde su escondite en el mítico bosque: «Jueves y viernes / y sábado seis»; entonces, los seres, llenos de júbilo, recompensan al hombre con regalos por haber acabado la canción.
El antagonista, al ver los tesoros que el otro lleva consigo, decide internarse en el bosque en busca de la misma suerte; sin embargo, cuando los seres entonan «...y sábado seis», el interesado irrumpe escandaloso con un «¡domingo siete!». Los seres, en lugar de premiarlo, le dan tremenda tunda que lo dejan sin ganas de volver a cantar nada en toda su vida, pues el domingo es el día del Señor y no se debe pronunciar. La moraleja es clara: la valentía y la sinceridad son premiadas, y la codicia, representada por el inoportuno, desagradable e imprudente «¡domingo siete!», recibe su castigo.
Es curioso que la moraleja no trascendiera tanto como la expresión; porque los padres, más que insistirnos con tanto énfasis en practicar la honradez y la valentía, suelen expresar su desconfianza y temor con un constante: «No me vayas a salir con tu domingo siete».
Sí, porque sobre advertencia no hay engaño y más vale dejar claro que lo que le están diciendo es: «No te vayas a embarazar» o «No vayas a embarazar a alguien». Y aunque el uso más común de la expresión se refiere a un embarazo inoportuno, también se aplica a cualquier situación no deseada en la que se arruinan los planes; por ejemplo, cuando alguien está a punto de quedarse a solas con la persona que le gusta y, del modo más inoportuno, un tercero irrumpe estropeando el encuentro.