Por Dr. Jorge Cervantes Castro.
Recuerdo el 6 de agosto de 1945. Yo tenía 7 años y 4 meses de edad cuando escuchaba la radio con mi papá, como lo hacía casi todas las tardes después de salir de la escuela y jugar en el patio o en el río. Normalmente, cuando se acercaba la noche corría a su cuarto meentreteníaviendo como sintonizaba el viejo radioZenithy se disponía a escuchar las noticias. En ese tiempo yo era una plebe muy inquieta, siempre leyendo lo no permitido por mi abuela –Doña Teresita– y buscando estar con gente adulta para hacer todo tipo de preguntas. Tenía fama de ser muy travieso y preguntón. Esa tarde mi papá informó: “Los americanos tiraron la bomba atómica en Japón y va a terminar la guerra”. Al preguntarle, él explicó que se trataba de una bomba gigantesca, cuya explosión había opacado la luz del sol y que se había elevado una enorme bola de fuego en forma de hongo gigantesco, que había destruido toda la ciudad de Hiroshima...Al escucharlo, recuerdo que salí corriendo a buscar en el cielo aquel gigantesco hongo que por supuesto, estaba del otro lado del mundo.
Pasaron los años, estudié medicina y me especialicé en Cirugía en la Universidad de Georgetown en Washington, D.C. De vuelta en la ciudad de México, me inscribí en el Club de Ex alumnos de Georgetown University que sesionaba en el University Club. Ahí conocí al Coronel de la Fuerza Aérea de los Estados Unidos de América Víctor. Agather. Él era el miembro más viejo del Club. Establecimos una cálida amistad y lo tuve de paciente al efectuarle dos cirugías.
Un día Lucero y yo junto con un grupo de amigos fuimos invitados a una cena en su casa donde nos mostró una película que había hecho sobre el Enola Gay –el histórico avión que había arrojado la bomba atómica sobre Hiroshima–. El Coronel Agather había formado parte del escuadrón de combate que se entrenó (en secreto en el desierto de Mojave, en el centro de los Estados Unidos) para efectuar bombarderos de precisión, arrojando desde un gran avión a gran altura, una sola bomba. Aquellos aviones eran los“B29” y constituían una legendaria súper-fortaleza voladora que fue utilizada ampliamente durante la segunda guerra mundial, particularmente para bombardeos masivos en Europa, arrojando gran cantidad de bombas incendiarias sobre las ciudades alemanas. En particular, la misión del Coronel Agather y su grupo era de lo más secreto. Una vez que estuvieron listos, fueron enviaron a la isla de Tiniánen el archipiélago de las islas Marianas[1].
Ni siquiera los pilotos sabían de qué se trataba su misión, únicamente habían sido informados sobre el lanzamiento de una nueva arma masiva y más poderosa que cualquier otra y que sería lanzada con mucha precisión, pues únicamente contaban con dos bombas. El Coronel Agather estaba ansioso de participar en aquella operación, pero ese 6 de agosto de 1945 él no fue seleccionado en el sorteo que se llevó a cabo entre todos los pilotos del selecto grupo, tampoco lo fue el día 9 siguiente (cuando se detonó la segunda bomba, sobre Nagasaki..Esas dos bombas pusieron fin a la segunda guerra mundial[2] y el Coronel Agather se retiró de la Fuerza Aérea.
Después se convirtió en un importante hombre de negocios en México, viajó al desierto de Mojave donde tenían almacenados todos los restantes “B29”, compró uno y lo bautizó como “Fifí” en honor a su esposa. Trajo al FiFi en vuelo de exhibición a México, donde subí con él a la cabina después lo acompañé cuando lo voló en el Show de la Fuerza Aérea en Harlingen, Texas. Ahí donó el histórico avión, que es el único “B29” en el mundo que está en operación.
Conociendo todos los hechos anteriores, por supuesto que la primera vez que fuimos a Japón (a un Congreso de Cirugía en Tokio en 1976) organicé un viaje relámpago para visitar Hiroshima e ir al sitio donde cayó la primera bomba atómica. Hay un monumento y en el centro está un letrero que dice más o menos así: “… el agua hierve a los 100 grados centígrados, en este sitio la temperatura superó los 7,000 grados, todas las personas en un diámetro de un kilómetro no murieron, se evaporaron…
”El Coronel Agather era un gran filántropo, fue Presidente del Patronato del Hospital ABC en dos ocasiones y en 1983 junto con Bill Underwood encabezó la Campaña Hoy y Mañana para recaudar fondos para ampliar y modernizar el hospital. Eran tiempos difíciles, el país estaba prácticamente cerca de la quiebra mucha gente cuestionaba la ambiciosa meta de conseguir donativos por10 millones de dólares en 10 años. Tuve el honor de participar junto con más de 2000 voluntarios mayor honor el que Agather me nombrara, en 1987, Coordinador General de la Campaña. Ésta se clausuró en 1991, habiendo duplicado la meta planteada, que de origen se había iniciado con palabras de Einstein:”Solo los que están dispuestos a emprender lo que parece absurdo, son capaces de realizar lo que parecía imposible…”
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