Octubre 10 de 1943; fuerte ciclón “ataca” entre Villa Unión y Mazatlán, cortándose de tajo las comunicaciones terrestres entre el sur y el norte del Estado de Sinaloa, y por ende, entre el sur y el noroeste de la República Mexicana.
Cortada la circulación por la creciente de los Ríos Quelite y Presidio afectando territorio mazatleco y colapsando los puentes carreteros de la vía Guadalajara-Nogales; tardada su reparación por el tiempo tormentoso, y las limitaciones técnicas y materiales propias de la época.
Entre los viajeros “varados” ese 10 de octubre de 1943 en la Ciudad y Puerto de Mazatlán; los integrantes del famoso “Trío Tamaulipeco” Guillermo Samperio, Rafael Samperio y Severiano Briseño Chávez, en gira artística carretera rumbo a los Estados Unidos de América y hasta Canadá. Interrumpido pues su viaje hacia el norte del continente, por el azote repentino de este fuerte ciclón tropical; las circunstancias los obligan a permanecer en tierras de “La perla del Pacífico”.
Es así, que el tedio del viaje truncado por el violento temporal y el oficio serenatero del “Trío Tamaulipeco”, los llevan hasta la célebre cantina-billar de Don Nacho Velarde “El Torito manchado”, donde cerveza “Pacífico” a raudales; mezcal sierreño sinaloense “La Palma” y rumbosa Tambora costeña se combinaban perfectas contra el mal rato climático a soportar “sabrá Dios hasta cuando”.
En “El Torito manchado”, se encontraban en ruidosa y alegre convivencia otros viajeros: los navolateños Oscar Malacón López, Carlos Raúl Pérez Amezcua y Candelario Gallardo Sánchez que viajaban a la Ciudad de México; además del también navolateño Rodolfo Rodríguez Vega, “Rodolfo Valentino” o “El negro”, que viajaba a desempeñar su cargo como alto funcionario de la dependencia gubernamental Azúcar, S.A. de C.V. coadministradora del Ingenio azucarero “El Roble”, en el bello y típico pueblecito sureño del mismo nombre cercano a Mazatlán.
Rodolfo Rodríguez Vega, era considerado en Navolato “hombre de pegue”, siendo uno de sus motes el de “Rodolfo Valentino” en alusión al parecido con su tocayo, el famoso símbolo sexual y renombrado actor de Hollywood Rodolfo Valentino.
El mote de “El negro” era muy popular en los viejos tiempos navolateños, y se le endilgaba, a los galanes que en la sombra de la noche invadían algún lecho matrimonial ajeno aprovechando la ausencia del marido. Sucediendo célebres ocasiones, en que llegado de pronto el marido inocente, saliese volando “El negro” hasta sin ropa para lograr salvar “el honor”, o aquellas otras en que “El negro” se envalentonaba ante el “gallo” marido furioso; y pues de ser el caso, “no se le rajaba a la muerte”.
En la misma mesa de estos cuatro expresivos navolateños, se encontraba el carismático culichi Enrique Peña Bátiz que también viajaba hacía la Ciudad de México. Cuando Severiano Briseño Chávez y los hermanos Samperio arriban a “El Torito manchado”, Oscar bailaba todo gracia y compás con una damisela del lugar la pieza “El sauce y la palma”, misma que ejecutaba con maestría una Tambora Sinaloense, en un ambiente muy sonoro y de contagiante alegría colectiva.
Aquello embrujó de inmediato a tan distinguidos bohemios visitantes; abordando Severiano a los gozosos paisanos, presentándose ante ellos como autor y compositor de oficio, pidiéndoles le obsequiasen un trago del nativo mezcal “para entrar en calor”, dado el inclemente temporal que azotaba, y preguntándoles de donde eran originarios; contestación ganada a coro por los alegres costeños: ¡¡¡ Nosotros venimos desde Navolato !!!, sucediendo que al calor de las copas y de la música ambiental tan contagiante, Oscar Malacón López le pidiera a Briseño Chávez, le compusiera “Un corrido a Navolato”, igual que el corrido a Monterrey del que era autor y compositor exitoso el propio Severiano.
Pero la alegría explota convirtiéndose en algarabía, cuando el amable visitante acepta el pedido de Oscar; y entre trago y trago, bailongo, preguntas varias y discretas anotaciones, aquella amistosa convivencia histórica para Navolato y para Sinaloa, se prolonga hasta el cierre por cansancio de “El torito manchado”, después de haberse conocido por “obra y gracia meteorológica”, y la mayoría, no volverse a encontrar en el resto de sus vidas.
Severiano Briseño Chávez, para ese octubre ciclonero de 1943, ya gozaba de fama nacional en voz de la cantante vernácula mexicana Luz Flores Acevedo “Lucha Reyes”, hija del militar navolateño Ángel Flores; quien con bravía interpretación ya le había grabado con gran éxito “Caminito de Contreras”, “Ya lo pagarás con Dios” y “Los camperos”, que de cantarlas primero de carpa en carpa y de teatro en teatro, pasó a difundirlas con gran auditorio en la Radiodifusora XEW, “la voz de la América Latina desde México”.
Pasada por fin la contingencia climática que los mantuvo forzadamente en la Ciudad y Puerto de Mazatlán por 3 días, los viajeros aquellos de esta circunstancia, continuaron sus respectivos caminos, tal vez; sin que la mayoría hubiese dado mayor importancia a lo vivido ese octubre húmedo y sin luna en el “Torito manchado”, famoso sitio de “el Mazatlán viejo”.
El “Trío Tamaulipeco” prolonga su exitosa gira artística por la unión americana; pero tras varias fechas también exitosas ya en territorio canadiense, estando en la Ciudad de Vancouver en mayo de 1944, por problemas de salud familiar, precipitan su retorno a territorio mexicano, pasando de nuevo por “La perla del Pacífico”, de donde habrían salido con rumbo al norte el 13 de octubre del año anterior, después de aquel ciclón del 10 de octubre de 1943, llegado con tal bravura a tierra sinaloense entre Villa Unión y Mazatlán, reteniéndolos “por gracia de Dios”.
Y es precisamente ese año de 1944, meses después del precipitado retorno canadiense, en que Severiano Briseño Chávez, ocupado trabajando artísticamente en la Ciudad de Guadalajara; cumple su promesa hecha en Mazatlán aquel octubre del 43 a Oscar Malacón López y a sus amigos Carlos Raúl Pérez Amezcua, Candelario Gallardo Sánchez, Rodolfo Rodríguez Vega, además de Enrique Peña Bátiz; de componerle una pieza “a Navolato”.
En el centro nocturno “La Atlántida” descubre aquél 1944, la primicia musical de su autoría con dedicatoria para Sinaloa; ahí estrena “El Sinaloense” y prácticamente desde ese momento “enciende la mecha”, con un huapango mexicano de increíble y fácil adopción popular:
“¡¡¡ Desde Navolato vengo/ Dicen que nací en “El Roble”/ Me dicen que soy arriero/ Porque les chiflo y se paran/ Si les aviento el sombrero/ Ya verán como reparan/ Ay, Ay, Ay/ Ay mamá por Dios/ Por Dios que borracho vengo/ Que me siga la Tambora/ Que me toquen “El Quelite”/ Después “El niño perdido”/ Y por último “El Torito”/ Pa que vean como me pinto/ Ay, Ay, Ay/ Ay mamá por Dios/ Me dicen enamorado/ Pero de eso nada tengo/ Todos me dicen “El negro”/ Un negro pero con suerte/ Porque si me salta un gallo/ No me le rajo a la muerte/ Ay, Ay, Ay/ Ay mamá por Dios/ Por Dios que borracho vengo/ Que me siga la Tambora/ Que me toquen “El Quelite”/ Después “El niño perdido”/ Y por último “El Torito”/ Pa que vean como me pinto/ Ay, Ay, Ay/ Ay mamá por Dios/ Soy del mero Sinaloa/ Donde se rompen las olas/ Y busco una que ande sola/ Y que no tenga marido/ Pa no estar comprometido/ Cuando resulte la bola/ Ay, Ay, Ay/Ay mamá por Dios/ Por Dios que borracho vengo/ Que me siga la Tambora/ Que me toquen “El Quelite”/ Después “El niño perdido”/ Y por último “El Torito”/ Pa que vean como me pinto/ Ay, Ay, Ay. !!!”