Domingo, Octubre 27, 2024
A- A A+

Banner superior a un lado de logo

Ubicacion de Anuncios, debajo de destacados, banner todo ancho

El círculo se va cerrando

Bitácora del director

Pascal Beltrán del Río

Pascal Beltrán del Río

 

En un lapso de 16 meses, tres personajes a los que entrevisté repetidamente –Hipólito Mora, Alejandro Arcos y Marcelo Pérez– fueron asesinados. La relevancia pública que habían adquirido, y por la que yo los consultaba con frecuencia, no fue escudo suficiente para evitar que los ejecutaran. Y eso, a pesar que los tres me dijeron que estaban conscientes de que sus palabras y sus actos podían fácilmente llevarlos a la muerte.

Hipólito Mora Chávez, asesinado el 29 de junio del año pasado, se había dado a conocer una década antes como fundador de los grupos de autodefensa que reaccionaron a las extorsiones que aplicaba en la región de Tierra Caliente el grupo criminal conocido como Los Caballeros Templarios.

 

La Ruana, municipio michoacano del que era originario, fue el primero en armarse contra la delincuencia. Esto llevó a su grupo a tener enfrentamientos, y a él, en lo particular, a perder a un hijo, a ser encarcelado y a sufrir varios atentados contra su vida, hasta que, ya retirado de esa actividad, fue acribillado.

En diversas entrevistas, Mora me expresó su enojo por el hecho de que algunos de los antiguos autodefensas habían terminado por convertirse en criminales y que la extorsión y otros delitos no se habían acabado.

“Yo siempre estoy en riesgo, por lo que digo del crimen organizado y del gobierno”, me comentó en la entrevista que le hice para Imagen Radio el 22 de febrero de 2022, un año y cuatro meses antes de que lo asesinaran.

Alejandro Arcos Catalán fue elegido alcalde de Chilpancingo, Guerrero, en las elecciones del 1 de junio pasado, como candidato de la coalición PRI-PAN-PRD. El domingo 5 de octubre fue secuestrado y asesinado, convirtiéndose en el primer presidente municipal de una capital estatal en sufrir esa suerte en la historia moderna del país. Quienes lo mataron, seis días después de haber tomado posesión, lo degollaron y dejaron la cabeza a menos de tres kilómetros del Palacio de Gobierno.

Con esos hechos, los criminales dejaron claro quién manda en Guerrero. Antes de que asesinaran a Arcos, ya habían ejecutado a dos de sus principales colaboradores. Yo lo entrevisté apenas había ganado la elección, para que hablara de sus expectativas sobre gobernar Chilpancingo, luego de que su antecesora fuera señalada por haberse reunido con un jefe criminal.  

Me dijo entonces que estaba confiado de poder sanear la política local. Lo volví a buscar el viernes 3 de octubre, un día después de que mataron a Francisco Tapia, secretario de Gobierno municipal. Afirmó que se sentía tranquilo, pero pidió protección a las autoridades federales y estatales. Dos días después fue ejecutado.

Marcelo Pérez Pérez tenía 22 años de haberse ordenado como sacerdote indígena. Durante ese tiempo se caracterizó por oponerse a los giros negros que controlaban caciques locales de Chenalhó y Simojovel, municipios chiapanecos donde fue párroco. Esto fue motivo de diversas amenazas de muerte en su contra, ante las cuales la Comisión Interamericana de Derechos Humanos pidió al Estado mexicano la implementación de medidas cautelares a su favor.

Hace algunos años, la diócesis de San Cristóbal le asignó la parroquia de Guadalupe, en esa ciudad, para alejarlo del peligro que enfrentaba. Desde allí, el padre Marcelo se convirtió en defensor de los derechos de la población indígena de Pantelhó contra el cacicazgo de la familia Herrera, lo cual le valió nuevas amenazas de muerte.

El domingo pasado, luego de oficiar una misa en su parroquia, se disponía a partir en su vehículo cuando fue alcanzado por dos sicarios que viajaban en una motocicleta. El religioso, de origen tsotsil, recibió varios impactos de bala y murió en el lugar.

En julio de 2021, Pérez Pérez me relató que su cabeza tenía precio. “Comenzaron con 200 mil pesos; luego lo subieron a 400 mil, y después a un millón”.

Son tres casos de hombres a los que busqué con frecuencia para conocer sus opiniones. Hombres que, se sabía, podían ser asesinados en cualquier momento. Ser figura pública no es ya un seguro contra ese riesgo. El círculo de sangre que amenaza a la sociedad completa se va cerrando.