Genaro García Luna es un espejo donde el país puede mirarse y ver el reflejo de sus instituciones. La condena de 38 años de prisión en EU al exzar antidrogas por su colaboración con el Cártel de Sinaloa evidencia una herencia maldita de la clase política que descompuso a los gobiernos del PAN y del PRI, y ahora se proyecta sobre los actuales como males transmisibles de la desviación de la corrupción política.
De este proceso, el que sale más afectado es el patrimonio moral y la credibilidad de la oposición conservadora, en cuyos gobiernos sirvió el “super policía” de Felipe Calderón. La sentencia por los vínculos del rostro de la “guerra contra las drogas” con el crimen traspasa el cristal de la fachada del PAN como fuerza moral intachable y la estandariza en el abuso de poder; mientras que desnuda en el PRI su pragmatismo para acomodarse a cualquier arreglo que sirva a sus dirigentes, aun a costa de hundir a su partido, en el ejemplo más acabado de Alejandro Alito Moreno.
Los gobiernos de Morena, primero con Andrés Manuel López Obrador y ahora con Claudia Sheinbaum, han sabido explotar el caso para encuadrar la corrupción política de sus antecesores con nombre y rostro identificable del fenómeno criminal. Pero el bloque opositor, unido hasta la última elección, le facilitó la tarea para protegerse de una condena suficiente y la ausencia de autocrítica de sus gobiernos por los mayores abusos de poder. Acusaban una persecución político-mediática para evitar la sanción de las urnas, aunque el mensaje era que pesaban menos los intereses de la gente que la influencia de las mafias. El expresidente Calderón llegó a expresar “muchas dudas del veredicto” por considerar que faltaron las pruebas anunciadas; los opositores secundaron los oídos sordos a la exigencia de que aclarara los vínculos de su gobierno hasta que el descalabro electoral obligó a Marko Cortés a la primera y tardía condena el día de la sentencia.
El momento de la verdad llegó para García Luna de la mano de Brian Cogan, el juez que condenó al Chapo Guzmán a cadena perpetua. Sus súplicas de clemencia fueron desoídas, aunque le permitieron vestir de civil para usar el estrado como la víctima de un complot del gobierno de López Obrador y acusar el desmantelamiento de la justicia para encarcelar a los que combatieron al narco y enfrentan poderosos intereses políticos como dice ser. La acusación en su última misiva pública es poco solvente de alguien que no pudo defender su inocencia más allá de acusar al gobierno mexicano de aportar información falsa en su contra. La Fiscalía le imputó tres cargos por conspiración para traficar cocaína, otro por delincuencia organizada y uno más por mentir a las autoridades de EU. De nada le sirvió recibir distinciones de Estados Unidos como aliado en la “guerra contra las drogas” y ser condecorado por la CIA y el FBI, para luego protagonizar el escándalo judicial del funcionario de mayor rango que ha pisado un tribunal estadunidense, como retrato fugaz de un gobierno que decía combatir al narco y se aliaba con él desangrando al país. Calderón defiende que nunca tuvo evidencia con pasmoso cinismo.
Pero en un contrasentido, la herencia maldita de corrupción política de gobiernos pasados se convierte en objeto de tal culto político que deja en segundo plano la imagen que dibuja del país, así como las fuerzas que hereda a la 4T; a pesar de que López Obrador declarara una victoria sobre el “narcoestado” y la corrupción política. No es así. Las inercias que Sheinbaum quiere romper de delitos y agentes de violencia evidencian que las agendas políticas están lejos de revertir la pasividad oficial para recuperar territorio de los cárteles o dejar de tolerar sobornos por los que fue condenado el exzar antidrogas.
El juicio exhibió, como nunca, las redes de complicidad de las autoridades con el crimen, tanto que el país aún no empieza a procesarlo. El caso de García Luna es el suicidio de Narciso cuando trato de acariciar su imagen en el abismo del espejo de agua; como la historia moral debe servir a los políticos a dejar de mirarse en el estanque de los invencibles e intocables. Su castigo, aunque fuera en otro país, es un mensaje para los que embelesa la soberbia del poder y descubren su otro rostro actuando como cabecilla del narco en el fango de la corrupción política.