De manera entendible, la mandataria dedicó ayer su primer acto a rendir homenaje al movimiento estudiantil de 1968, del que fue parte activa su madre, según rememoró, y del que ella misma es “hija”, políticamente hablando.
A diferencia de su predecesor, Sheinbaum es una auténtica militante de izquierda. Mientras Andrés Manuel López Obrador era miembro del PRI –partido en el que se mantuvo hasta después de las elecciones presidenciales de 1988–, la hoy Presidenta de la República participaba en marchas, visitaba a presos políticos y absorbía las ideas marxistas en tertulias familiares desde niña.
Habiendo sido miembro del Consejo Estudiantil Universitario en mis tiempos de alumno de la UNAM, puedo dar testimonio de que corría por las venas de la organización una fuerte dosis de esas ideas.
Antes de que naciera ese movimiento –del que ella fue parte–, Sheinbaum militó en una agrupación de izquierda muy activa en Ciudad Universitaria llamada Convergencia Comunista Siete de Enero, que dirigía el expreso político Salvador Martínez della Rocca, alias El Pino, a la que estaban adheridos varios de los que serían dirigentes del CEU.
En el marco de su toma de posesión, se conoció un dato que había pasado de noche a sus biógrafos: fue la representante en México de la guerrilla colombiana Movimiento 19 de Abril. Por lo menos eso contó el presidente colombiano Gustavo Petro, quien también surgió de dicha organización. El M-19, dijo Petro con una sonrisa en los labios, “ha dado dos presidentes en América Latina”.
Sin duda, éste es el primer gobierno de izquierda que se instaura en México. Insisto en decir que el de López Obrador no lo fue, pues lo que a todas luces animó al tabasqueño fue la recreación del viejo PRI –en el que él se hizo político–, no poner en práctica las tesis de Marx y Lenin.
Fue largo y tortuoso el trayecto de la izquierda mexicana para hacerse del gobierno. Pasaron 108 años desde que el sastre Herón Proal, de origen hidalguense, organizó el primer congreso obrero en Veracruz. Durante ese tiempo, se fundó el Partido Comunista, en 1919, proscrito en los años 50.
Las divisiones ideológicas y el sectarismo llevaron a crear una galaxia de organizaciones, unas más radicales que otras, que alejaron a la izquierda de la toma del poder. Animados por la Revolución Cubana y al calor de las represiones de los años 60 y 70, algunos izquierdistas de entonces se lanzaron a la guerrilla. Aniquilada esa aventura, los creyentes en esas ideas volvieron a reencontrarse luego de sucesivas rectificaciones ideológicas y fusiones de partidos y pusieron a un lado la utopía de la revolución socialista, concentrándose de forma pragmática en la organización social y la lucha electoral.
El Partido Comunista recuperó su registro en 1979, gracias a la Reforma Política de Jesús Reyes Heroles, y ese registro fue el mismo que usaron el PSUM, el PMS y el PRD. Curiosamente, el año en que fue cancelado –por no haber alcanzado los perredistas el mínimo de votos para mantenerlo– es el mismo en que la izquierda accedió por fin al poder.
A más de un siglo de haber iniciado su peregrinar por México, estas ideas tienen la oportunidad de probar que funcionan. Hasta ahora, eso no ha ocurrido en país alguno, a pesar de la retórica.
Algunos de los que lo han intentado incluso han desaparecido bajo el peso de la utopía. El más conspicuo es la Unión Soviética. Los que persisten, como Cuba y Corea del Norte, han necesitado de garrotes y cárceles para mantener sus regímenes. Otros, como China, han tenido que abrazar la economía capitalista sin renunciar al monopolio del poder.
La izquierda mexicana tiene ahora el gran reto de demostrar que estas ideas, que han fracasado en todos lados y han sido causa de sufrimiento colectivo, pueden dar lugar, aquí, a una sociedad igualitaria y próspera sin cancelar libertades.