Bitácora del director
Pascal Beltrán del Río
S“Magnanimidad en la victoria” es la expresión más conocida de La Segunda Guerra Mundial, obra literaria histórica en seis volúmenes, escrita por Winston Churchill, que valió al entonces primer ministro británico el Nobel de Literatura en 1953.
Se trata del consejo de Churchill para tratar con generosidad a un adversario derrotado.
La palabra magnanimidad es la latinización del término griego megalopsychia, que significa grandeza del alma. “La magnanimidad en la política –definió el filósofo irlandés Edmund Burke– es a menudo la verdadera sabiduría, pues el gran poder y las pequeñas mentes no se llevan bien”.
Uno podría pensar que después de dos meses de que su movimiento político se llevó un triunfo arrollador en las elecciones federales y locales, el presidente Andrés Manuel López Obrador podría tender una rama de olivo a quienes no piensan como él y relativizar cualquier crítica en su contra.
Pero no. El mandatario ha sido nada magnánimo. Todos los días se deja ver como un ganador frustrado, para quien el triunfo no basta –incluso uno tan holgado como el que obtuvo la coalición de Morena y sus aliados–, y como alguien dispuesto a cobrarse hasta la menor afrenta (o lo que él entiende como tal), así haya sido parte de la lucha política legítima.
Lleva tres días burlándose del tamaño y los motivos de la concentración que realizó el domingo la Marea Rosa, parte de una oposición que quedó hecha jirones después del 2 de junio.
Además, sabedor de que los cambios constitucionales que promueve preocupan a una parte de la sociedad mexicana, se ha obstinado en que el Congreso –otro Poder, teóricamente– las apruebe sin modificaciones mayores. Incluso ha dicho que la elección de los juzgadores no está a discusión, pese a que en los foros sobre la Reforma Judicial, organizados por la Cámara de Diputados, se expusieron muchos motivos para no realizarla.
Asimismo, su insistencia de que no se cuestione la mayoría calificada que a su juicio y según su lectura de la Constitución obtuvo su movimiento en las urnas muestra una voluntad de dejar a los más de 24 millones de mexicanos (46% de los electores) que no votaron por el oficialismo con una representación apenas testimonial (25% de la Cámara baja), incluso dejándole el escenario a su sucesora “todo atado y bien atado” (Francisco Franco dixit).
Quizá la peor muestra de resentimiento que ha exhibido en esta etapa final de su sexenio la tuvo ayer, al hacer públicos, en la conferencia mañanera, los ingresos y gastos pormenorizados de la organización Mexicanos contra la Corrupción y la Impunidad –ninguno de los cuales tiene visos de ilegalidad–, bajo el supuesto de que sus investigaciones constituyen “campañas en contra de los intereses de la mayoría de los mexicanos”. Es decir, contra él.
Más de una hora duró la andanada, encabezada por Pablo Gómez, titular de la Unidad de Inteligencia Financiera. “Se trata de un intento de ahorcarnos económicamente, espantando a nuestros donantes”, me dijo ayer, en entrevista para Imagen Radio, María Amparo Casar, directora de MCCI.
La irritación parece ser el signo de la feneciente administración, como lo manifestó la titular de la Comisión Nacional del Deporte, Ana Gabriela Guevara, al contestar con una grosería a preguntas legítimas sobre cómo podía justificar sus gastos personales en París de cara a la magra cosecha de medallas que tuvo el país en la última edición de los Juegos Olímpicos y como parte de un gobierno que dice guiarse por la austeridad.
“Todo lo que gano me lo trago, me lo unto y me lo visto como me da la chingada gana”, espetó.
Nula grandeza de alma y mucha ira contenida.
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BUSCAPIÉS
*Ayer concluyó formalmente el proceso electoral 2023-2024 con la aprobación de la constancia de mayoría de la candidata ganadora de la elección presidencial. No debemos dejar que la polarización política nos nuble el entendimiento. El que Claudia Sheinbaum ya sea Presidenta electa es un hito para la nación. Recordemos que menos de 60 de 193 países miembros de la ONU han sido dirigidos por una mujer. Desde luego, reconocerlo como un hecho significativo no implica pasar por alto las inequidades que ocurrieron en el proceso.