A la discreta grandeza de Vicente Rojo.
La palabra está vetada. Usarla supone, de inmediato, un aval a la rapacería del pasado. Aquel era un infierno, dicen, el presente, sin ser perfecto, es mejor. Esa es la narrativa. Pero la terca realidad no da margen: estamos mucho peor.
Peor porque hoy hay más mexicanos en pobreza, en cualquiera de sus categorías, en el desempleo, más familias a las cuales no les alcanza para la canasta básica. Están peor. Se dirá que el colapso económico es resultado de la pandemia, pero lo es sólo en parte. El expediente de las amenazas al sector privado, el ambiente de desconfianza provocado por el gobierno, los absurdos económicos de las obras faraónicas, vienen desde del primer año. Resultado: 2019, crecimiento -0.1%. El mediocre 2% sostenido del pasado era mucho mejor. Cero es peor, que decir de menos -8.5%. Sólo en parte porque el golpe de la pandemia fue universal, pero otros gobiernos supieron atajar la caída. Aquí poco se hizo. La negación de la pandemia y el irresponsable desprecio de la ciencia, pospusieron las medidas sanitarias con la severidad necesaria; el ejemplo relajó las actitudes sociales. Covid se volvió guasa. No comprar las vacunas a tiempo, vetar a empresas con capacidades en salud y otras que ofrecieron hacer su parte vacunando a decenas de miles de empleados, fue criminal. Resultado: una vacunación a cuentagotas que pospondrá inexorablemente la recuperación económica. Peor porque este país se enorgulleció durante décadas de su sistema de vacunación y hoy hay rezago incluso en la aplicación de las vacunas básicas para los menores. Eso dañará vidas, estamos peor. La destrucción del Seguro Popular, que beneficiaba a decenas de millones para ser sustituido por una entelequia burocrática que no termina de nacer, empeoró la vida de los mexicanos. Peor porque sus pleitos —reales e imaginarios con los laboratorios— causaron un desabasto de medicamentos que provoca lágrimas en los casos de niños con cáncer, pero también sufrimientos sordos en el resto de la población. Eso no ocurría y hoy es vida cotidiana. Peor porque el personal médico, en una situación de verdadera emergencia, no recibió —ya es pasado— el apoyo extraordinario que necesitaba. Hoy México es uno de los países con más pérdidas en ese sector. Alguien es responsable. Mientras eso ocurría, los dineros fluyeron a los mausoleos energéticos y demás caprichos. Peor porque —quizá por mero cálculo político— las palabras se cuidaban más. Hoy la presidencia está convertida en una descontrolada ametralladora que mueve su cañón de un lado al otro, sin importarle las reputaciones personales, las falsedades y amenazas disparadas. El envenenamiento del ambiente político ya es sello histórico de la gestión. Peor porque el trato hacia las mujeres, en el cual México tiene una penosa deuda, se convirtió, gratuitamente, en territorio de odio. En lugar de ensanchar los canales de comunicación e invertir lo necesario en una justicia con sentido de género, el régimen las convirtió en enemigas del cambio. Los patos disparándole a las escopetas, así de torcido es el discurso. Peor porque los apoyos institucionales a las mujeres, que paliaban su trabajosa inserción en el aparato productivo, desaparecieron de un plumazo, regresándolas al desamparo.
Peor porque al estigmatizar a los empresarios, nacionales e internacionales, se fracturó un tejido de confianza, imprescindible para la inversión. Hoy, muchos en el mundo piensan que México ya no es confiable. Peor porque la fórmula propuesta para rescatar a Pemex y CFE es inviable y ya sacrifica fuertemente a los mexicanos. Además, repercutirá en los equilibrios financieros, lo cual llevará a México de nuevo al desfiladero. Peor porque la corrupción hoy danza cínicamente alrededor de la 4T. Peor porque hoy, desde el poder, se ataca a pilares institucionales como el INE y se amenaza a jueces.
Duele, pero debemos decirlo para salir de la trampa: estamos mucho peor.