Hace dos semanas, el kirchnerismo fue derrotado en las urnas en Argentina; luego, la presidenta de Brasil fue sometida a un proceso de destitución, y, hace unas horas, el chavismo recibió un golpe mortal, tras conocerse los resultados de las elecciones para renovar la Asamblea Nacional en Venezuela.

Son tres hechos que ponen de manifiesto que la etapa de enfrentar los desafíos de desarrollo en la región mediante soluciones populistas de izquierda está llegando a su fin.

En la madrugada de hoy, hora local, la presidenta del Consejo Nacional Electoral venezolano, Tibisay Lucena, dio a conocer —luego de cinco horas de inquietante silencio— que la oposición agrupada en la Mesa de la Unidad Democrática (MUD) había obtenido 99 asientos en la Asamblea Nacional, contra 46 del oficialismo, quedando 22 por definir.

Las cifras fueron una clara muestra del rechazo de los electores venezolanos a la severa escasez que se abate sobre el país desde hace más de dos años, y que fue el combustible de las protestas que estallaron en el país sudamericano en febrero de 2014.

El gobierno del presidente Nicolás Maduro quiso acallar la inconformidad mediante la represión, pero ayer llegó la hora de que la ciudadanía pudiera expresarse y lo hizo propinando una paliza electoral al gobernante Partido Socialista Unido de Venezuela.

Apenas se habían conocido los resultados oficiales incompletos —algo raro, porque en Venezuela se usan urnas electrónicas—, Maduro apareció en televisión para reconocer la derrota.

Quiso describirla como el “triunfo de la Constitución y la democracia” venezolanas pero poco pudo disimular el impacto que le producía ver a la cara la nueva realidad política de su país.

Dependiendo de cuántos diputados obtenga finalmente la oposición, el chavismo no la tendrá fácil en los meses por venir.

Si la MUD alcanza tres quintas partes de los asientos en la Asamblea (al menos 101 diputados), podrá, entre otras cosas, citar a comparecer a los ministros del gabinete y obligar al banco central a revelar datos económicos, como la inflación, que se han mantenido escondidos.

Si el triunfo resultase mayor, y la oposición logra al menos 112 diputados de 167, podría poner en jaque las políticas económicas en que se sostiene el régimen venezolano e incluso convocar a una Asamblea Constituyente y redactar una nueva carta magna, como lo hiciera el presidente Hugo Chávez.

También podría dictar una ley de amnistía que libere a los políticos que el gobierno de Maduro encarceló luego de las protestas de 2014, entre ellosLeopoldo López, exalcalde de Chacao y dirigente del partido Voluntad Popular.

Ese fue un escenario que el régimen de Caracas quiso evitar mediante su clara manipulación del proceso electoral del 6 de diciembre, sin lograrlo.

Y es que fue clara la manera en que Maduro amenazó, antes de los comicios, con no reconocer los resultados. E inaudita, en esta era democrática de América Latina, la forma como se presionó a los observadores invitados por la oposición.

En su mensaje de esta madrugada, el Presidente venezolano culpó de la derrota de su partido a una “guerra económica” declarada contra su país, y en ningún momento reconoció que sus propias políticas habían fracasado.

Lo cierto es que el resultado electoral, junto con lo sucedido en meses recientes en Brasil y Argentina, prueba que las soluciones con las que los regímenes de corte populista han pretendido revertir el empobrecimiento de la región no han funcionado y sólo han provocado mayores penurias.

Esto plantea un reto para las fuerzas políticas emergentes en esos países: diseñar alternativas políticas y económicas que sean incluyentes y generen resultados para la gente.

El populismo que ha campeado desde hace tres lustros o más en América Latina fue resultado de la descomposición de su clase política.

Es tiempo de recuperar confianza en la democracia y el sistema de partidos. Eso dependerá de que los políticos en ascenso no caigan en las corruptelas y abusos de siempre.