Comercio exterior, exportaciones de tomate y la reunión del G20

Gravar las importaciones chinas es también parte de sus rudas estrategias electoreras. Asestado el golpe, Donald Trump suele aprovecharse del debilitado contrincante para vencerlo

 

11 de Mayo de 2019

 

A las madres de los migrantes que atraviesan México.

 

Desde hace más de cuarenta años se insiste en la diversificación de nuestros mercados como puerta indispensable hacia la independencia económica del país. Mucho tiempo ha pasado y la concentración de nuestro comercio sigue profundamente acentuada hacia los Estados Unidos.

El tema da para visiones distintas. Por una parte, nuestros empresarios siempre han querido responder a la atracción que ejerce el inmenso mercado contiguo. Por la otra, están los que recelan del confirmado peligro de perder en la fusión binacional de intereses materiales, los valores culturales y estilos de vida que perviven en la conciencia colectiva del mexicano y que definen su identidad.

La pérdida de este elemento, incluso debilitaría la personalidad y atractivo internacional que nos rescatan de la globalización uniformadora que avanza por doquier. 

Diversificar clientes y proveedores no sólo expande horizontes, sino reduce la fuerte dependencia en componentes extranjeros de nuestros productos que drena la capacidad de empleo.

La conciencia exportadora que se sembró no avanzó suficiente en mucho por la blandura de las autoridades tolerantes con los industriales que sólo veían hacia el norte.

Con esa beca de la diosa fortuna, los empresarios procedieron a interesarse sólo por los proyectos más fáciles, a la mano y de mercado seguro. Los funcionarios de gobierno propusieron acuerdos regionales, como el de la ALALC, pero los propios empresarios, al lado de sus colegas brasileños y argentinos, lo echaron a pique frustrando la proyectada expansión de la economía mexicana y dejándola en su dimensión convencional que, como ya se ha dicho, no fue más que el mercado mexicano sumado al de Estados Unidos.

Dentro de este marco se emprendieron proyectos norteamericanos, europeos y luego japoneses, primero de maquila, que aprovechaban la mano de obra barata para exportar al mercado vecino y como ironía aún más allá.

El TLCAN, recomendado en su momento por líderes mundiales como la mejor opción hacia el desarrollo de México, presentó la gran perspectiva. Pero al precio de ocasionales restricciones de acceso al mercado norteamericano de productos importantes ,como es el caso actual en que el mecanismo antidumping revive el arancel de importación del 17.56% que se había suspendido.

El 40% de la producción nacional de tomate se dirige a Estados Unidos en un comercio de más de dos mil millones de dólares, dando empleo a 400 mil trabajadores.

Avisada esta medida hace varios meses hay que reanudar negociaciones entre los productores de ambos países para resolver el impasse y compartir ambos mercados como se ha hecho en el pasado con los cítricos.

Todas las integraciones regionales prevén arreglos para proteger niveles de trabajo. La nueva versión del TLCAN prevé mecanismos de conciliación para estos casos, pero el presidente Trump, con fines electorales, amenaza con no aprobar el texto. Gravar las importaciones chinas es también parte de sus rudas estrategias electoreras.

Asestado el golpe, Trump suele aprovecharse del debilitado contrincante para vencerlo. Lo grave en este caso, será el rebote de artículos chinos hacia nuestro mercado completamente desprotegido gracias al proceso de desarme tarifario que nos ordenó la membrecía en la OMC, que nos prohíbe medidas de protección o de preferencia por lo nacional.

En esta guerra entre los dos titanes, los mexicanos estamos en barrera de primera. Hay que echar mano de información, técnica diplomática y astucia para no salir perjudicados. Nuestro Presidente de la República es experto en capotear problemas internos. En lo internacional deberá descansar en su hábil canciller Ebrard.

En cuanto a asistir a la próxima reunión del G20, la primera reacción del presidente López Obrador es de no participar. Sería un error. En ese primer fogueo internacional explicaría a sus colegas jefes de Estado la estrategia que está aplicando para combatir la corrupción y la pobreza.

El tema es acuciante para todos. Encontrará más simpatías que las que algunos críticos le auguran.

El mundo está en confusión. Hay fastidio por doquier. Los líderes convencionales no aciertan. En ese escenario, el discurso de AMLO sería bien recibido.