¿Qué creen…?

Un jefe de Estado que se respeta tiene que enterarse de todo antes de tirarse a una alberca vacía. No hay que resbalarse en la engrasada plancha de lo internacional.

 

06 de Abril de 2019

Hace casi 30 años Juan Carlos, rey de España, reunido en Oaxaca con los pueblos indígenas con motivo del Quinto Centenario del Encuentro de Dos Mundos, lamentó los abusos que se cometieron durante la Conquista y en la colonia por “ambiciosos encomenderos y venales funcionarios que por la fuerza impusieron sus sinrazones”. Su sucesor, Felipe VI, también lo hizo en una de sus visitas a América.

En cuanto al Papado, en julio de 2015, en su viaje a Bolivia, Francisco “humildemente pidió perdón” no sólo por “las ofensas de la propia Iglesia sino por los crímenes contra los pueblos originarios durante la llamada conquista de América”.

En Santo Domingo, el 12 de octubre de 1992, Juan Pablo II también había pedido perdón a las poblaciones americanas por las “injusticias” cometidas contra sus antepasados. “La Iglesia, que durante estos 500 años os ha acompañado en vuestro caminar, hará cuanto esté en su mano para que los descendientes de los antiguos pobladores de América ocupen en la sociedad y en las comunidades eclesiales el puesto que les corresponde”, afirmó el pontífice polaco.

Benedicto XVI, criticado por no mencionar en su viaje a Brasil en 2007 el periodo de la colonización, aprovechó una audiencia para señalar que “no se pueden ignorar las sombras que acompañaron la evangelización del continente latinoamericano”, así como el “sufrimiento y las injusticias infligidos por los colonizadores a las poblaciones indígenas”.

Nuestro Presidente, bien asesorado en materia de estudios históricos por su mujer, Beatriz Gutiérrez Müller, pero mal aconsejado en cuanto a la oportunidad, envió, por correos privados, las dos cartas ya famosas al rey de España y al papa Francisco solicitando el perdón. Las misivas merecieron un firme rechazo en Madrid y una suave y conmiserada sonrisa en el Vaticano además de razonadas aclaraciones por parte de intelectuales y políticos. Por mucho que los rijosos catalanes quieran mantener vivo el asunto, su llama se agüitó.

Un jefe de estado que se respeta tiene que enterarse de todo antes de tirarse a una alberca vacía. No hay que resbalarse en la engrasada plancha de lo internacional. El paso mal calculado por el Reino Unido de divorciarse de Europa continental es una muestra de las irreparables consecuencias de una monumental irreflexión populista.

Hay que tener una honda firmeza con nuestro vecino al norte, cuyo presidente presenta un caso de alta tauromaquia. Si Trump se desvía constantemente de lo convencional y previsible, López Obrador, que es artista en lo político, podrá tener éxito simplemente dejando que su colega en Washington se desgaste.

Hay que ir caso por caso. Hasta este momento, México nada ha dicho en cuanto al cierre de frontera, que es un amago vacío que asusta por igual a los empresarios y trabajadores de ambos lados de la frontera por la caída de ventas y a todos los consumidores por su directa repercusión en sus bolsillos.

En materia migratoria, México ha sido solidario con los migrantes centroamericanos, a quienes importa nuestro potencial para ofrecerles empleo e incluso de consolidar una región mesoamericana que valdría tanto como las diversas integraciones sudamericanas. La gran barda que Trump calladamente monta es fanfarrona e ineficiente. Más que impedir la llegada de provechosa mano de obra, el presidente norteamericano debería dedicarse a encarcelar a las mafias que dentro de su territorio controlan la letal distribución de drogas y de armas.

El modificado TLCAN, instrumento que facilita nuestra exitosa exportación a costa de frustrar nuestro empeño por diversificar, acabará por aprobarse, máxime con los obsecuentes ajustes en materia laboral de estos días. Las erráticas declaraciones de Trump se estrellan contra los poderosos intereses industriales y comerciales de ambos lados.

La confusión que domina la atmósfera económica mundial y nacional se vuelve impredecible. Las metas de desarrollo de México son posibles. Alcanzar niveles superiores de vida es enteramente plausible, siempre y cuando las estrategias se tracen bien y el Presidente de México no las descarrile.

Tanto en la Oficina Ovalada como en el Salón de la Tesorería actúan dos operadores astutos que se atienen más a sus instintos que a la experiencia de sus asesores. Ahí está el detalle.