Pa’ todo el año

De AMLO y de su grupo en el poder depende que el 2019 no sea el año del desengaño y la frustración

 

02 de Enero de 2019

Nadie puede discutirle al presidente López su afirmación, en el mensaje de comienzo del año, de que el 2018 ha sido el año de la esperanza. De él y de su grupo en el poder depende que el 2019 no sea el año del desengaño y la frustración.

Los acontecimientos de la segunda mitad del año pasado se dieron con una vertiginosidad pasmosa. Entre la bovina docilidad de Peña Nieto entregando todas las instancias del poder real y aparente y la impetuosa ambición de los morenistas, el cambio aparente se nos echó encima. No que cambiara estructuralmente el país; en realidad es el mismo libreto con otros actores. El reacomodo de los amigos y familiares, el ansia de suprimir todo lo que huela a lo anterior, la apertura de posibilidades a los socios y la palabra nuevo, que es la favorita de todos los publicistas ante cualquier producto. Todo mientras transcurre el discurso de que nada volverá a ser como antes, al tiempo que el espíritu del gatopardo se revuelca de carcajadas.

Todo el asunto es que los protagonistas altos y medios de la cuarta república se sienten la divina garza envuelta en huevo, como bordados a mano, que el mundo no los merece, mientras no tienen la menor idea de los factores que cambian la historia. En primer lugar, que son diferentes.

Vamos con todo, dijo López Obrador en su mensaje. Sus huestes así lo entendieron, pero a lo bestia. Ahorrar quiere decir despedir empleados sin ton ni son, reducir salarios y suprimir recursos del erario para las disciplinas que tradicionalmente no son electoralmente rentables: la educación, la cultura, el arte y la ciencia.

Las reducciones mayúsculas se ejercen en los proyectos de mayor trascendencia, como el inevitable Nuevo Aeropuerto Internacional de México. Los estímulos de mayor envergadura, que son los que se publicitan a la mayor provocación, son los asistenciales caritativos, como el apoyo a los de la tercera edad y a los jóvenes que no hacen nada, tradicionales caldos de cultivo para el acarreo en las campañas y las urnas o los grupos porriles y de represión. Votos seguros.

Sí, la evolución política del año pasado en nuestro país es histórica y el panorama que nos ofrecieron, nos ofreció el Presidente, era esperanzador. Falta que el era no se convierta con rapidez en el fue. La aceleración que tomó la avalancha desatada el primero de julio nos llevó a una instancia en que, si no se mete el freno y se rectifica el rumbo, estaremos enfrentando una crisis por falta de liquidez y de confianza que puede ser muy grave y afectarnos a todos. El desempleo que se está forjando paso a paso en las dependencias oficiales va a trasminar toda la sociedad: cada desempleado es un consumidor menos y cada consumidor que se extingue se lleva consigo un pedazo de la planta de producción, provocando más desempleos.

Para citar a los equivocados clásicos contemporáneos, el costo real de cancelar el aeropuerto de Texcoco –solamente el valor en dinero en efectivo– no son cuentas alegres de un hombre triste. Las cuentas alegres aparecen cuando el Presidente afirma que con la implementación de Santa Lucía y las mejoras al aeropuerto Juárez nos vamos a ahorrar cien mil millones de pesos.

Tradicionalmente, el inicio de cada año ha sido un tiempo de reflexión y reconsideración, replanteamientos y decisiones innovadoras. López Obrador no debe dejar pasar esta oportunidad, porque si no, los mexicanos acabaremos diciendo que para de hoy en adelante, ya el amor no nos interesa.