Perdidos en la transición

Bitácora del director

PASCAL BELTRÁN DEL RÍO

 

Perdidos en la transición

 

 

 

20 de Septiembre de 2018

 

El tiempo es un recurso limitado. Cuando se agota, se ha ido para siempre.

 

Si lo sabré yo. He tenido que imponerme a una agenda muy estricta para poder meter en cada jornada las diversas cosas que debo hacer.

 

Por ejemplo, esta columna tiene un momento del día para escribirse y entregarse. No puedo darme el lujo de decir “hoy no escribí, ya lo haré mañana”.

 

En México, en general, el tiempo se usa mal. Se desperdicia como si fuera un recurso inagotable. Como si hubiese milenios por delante, esperando que la gente se digne en sacar sus pendientes.

 

Eso pasa mucho en el servicio público. Lo importante no se atiende, sino hasta que está a punto de explotar. Y, por eso, suele atenderse mal.

 

Un buen ejemplo de ello es el larguísimo periodo de transición entre periodos presidenciales. No sé si en el siglo XIX, cuando se inventó, venía al caso.

 

Otorgaré a los constituyentes de 1857 el beneficio de la duda. En aquel México se viajaba en carreta o a lomo de mula.

 

En Estados Unidos pasaba entonces algo similar. La elección de 1856 se celebró el 4 de noviembre y el ganador de aquella contienda, James Buchanan, tomó posesión el 4 de marzo de 1857. Pero en 1933, la Vigésima Enmienda a la Constitución estadunidense adelantaría la ceremonia de asunción al 20 de enero.

 

En el caso de México, la elección presidencial de 1857 se celebró en dos vueltas, el 28 de junio y el 13 de julio. El ganador, el poblano Ignacio Comonfort, tomó posesión el 1 de diciembre de ese año.

 

La duración de la transición mexicana es un anacronismo. Hay países que conocen mejor el valor del tiempo y ese periodo es mucho más corto.

 

¿Aquí en qué se usa? Creo que en poco. Se dice que el presidente electo Andrés Manuel López Obrador trae un ritmo frenético. Es verdad que ha hecho muchas actividades, sí, pero ¿relacionadas con cuántos temas?

 

Se pueden contar con los dedos aquellos que han merecido más de dos apariciones del próximo Ejecutivo: el nuevo aeropuerto, los diálogos de paz y reconciliación, el proyecto de Tren Maya, el anunciado revés a la Reforma Educativa, los planes para la industria petrolera, la propia transición de gobierno y la presentación de miembros del próximo gabinete, así como las reuniones con embajadores.

 

Ayer me enteré de un tema urgentísimo que nadie está atendiendo –ni el actual gobierno ni el futuro– y en el que se ha dejado a sus protagonistas dando gritos de auxilio en el desierto.

 

Se trata de la industria textil, que está siendo avasallada por los crecientes costos de la energía eléctrica. Los textileros, que en años recientes se sobrepusieron a una muerte inminente dictada por el contrabando y la piratería, ahora ven con pesar que su apuesta por la innovación y la inversión en maquinaria está sucumbiendo ante las trabas burocráticas para generar su propia energía y las ineficiencias de la Comisión Federal de Electricidad.

 

¿Cómo es posible que en México las tarifas eléctricas estén 80% por arriba de las de Estados Unidos?, se preguntaba ayer –en entrevista para Imagen Radio– Jorge García Teruel Rivero, representante de la Comisión de Energía de la Cámara de la Industria Textil Puebla/Tlaxcala (Citex).

 

García Teruel reveló que la energía eléctrica representa 40% del costo de producción de la industria y ya supera a la nómina.

 

“Entre enero y septiembre, las tarifas han subido entre 82% y 83%; tan sólo en septiembre tuvieron un incremento de 11%”, se quejó.

 

—¿Qué proponen para que bajen? ¿Un subsidio? –le pregunté.

 

 —Para nada, no queremos que se subsidien las tarifas, pero tampoco seguir pagando las ineficiencias de la CFE. Esa es una factura que no nos corresponde. Es difícil de creer que a México le cueste el doble producir electricidad que a Estados Unidos”.

 

¿A qué escenario nos pueden llevar estas altas tarifas? Es probable que a una mayor inflación y a una nueva explosión de la piratería. De la más reciente ola, sólo se salvaron 130 de 900 empresas textiles en Puebla. Se perdieron miles de empleos. ¿Se esperará a que esto pase de nuevo?

 

Cuando uno aterriza en casos concretos como éste, es imposible no ver el desperdicio del tiempo de transición en pequeñeces y debates estériles.

 

Ya se fue la mitad de ese lapso y, como escribía ayer el colega Jorge Fernández Menéndez en estas páginas, abundan las indefiniciones en los planes del próximo gobierno.

 

Manuel Bartlett, próximo director general de la CFE –y poblano, por cierto–, ¿ya habrá advertido sobre esto al Presidente electo? ¿Lo habrá hecho Graciela Márquez, próxima secretaria de Economía?

 

Deberían. La industria textil y otros sectores no tienen el lujo de llevársela con calma. Tienen que pagar la nómina de la siguiente quincena.SE