Despacito, muy despacito...

 

 

17 de Agosto de 2018

Si dentro de una semana no se ha firmado la nueva versión de un vago Tratado de Libre Comercio de Norteamérica con la participación de Canadá, Estados Unidos y México, el asunto habrá pasado al anecdotario histórico de los tiempos más recientes. La fecha clave es el 25 de agosto, a fin de que los Congresos de los tres países puedan aprobar sus términos y los ejecutivos pueden firmarlo. El calendario de los Congresos, al menos de los Estados Unidos y de México, quedarían fuera de este ceremonial y todo pasaría al año próximo, si bien nos va.

Nos hemos acostumbrado, los mexicanos al menos, a que nos digan prácticamente cada semana que estamos entrando en la etapa final de las discusiones. El secretario de Economía, que ha hecho un magnífico trabajo al frente del equipo negociador de México, ha sido un entusiasta difusor de ese optimismo, que cada semana se tropezaba con la tozudez de Donald Trump y sus sorpresivas decisiones. Por eso estuvimos, y seguimos, en el ya merito. De alguna manera se nos ha filtrado que México ha cedido en algunas de las exigencias de los Estados Unidos, especialmente en el ramo automotriz y el origen de las piezas de los automóviles, a cambio de que no nos impongan la estacionalidad del comercio de productos agrícolas ni la peligrosa cláusula de la cancelación automática del tratado cada cinco años.

El tiempo apremia. O el nuevo tratado sale al inicio de la próxima semana o ya no sale, por lo menos en 2018. El nebuloso futuro de las intenciones del próximo ejecutivo mexicano no nos permite hacer predicciones con sesgo de certidumbre. La disposición de López Obrador de integrar a alguien de sus confianzas al equipo negociador, así fuese solamente de oyente, puede generar cierta esperanza. Pero la nueva administración mexicana es casi tan impredecible como las decisiones de la Casa Blanca.

Ahora, la peor de las perspectivas es que no se haga el TLCAN nuevo, para perjuicio de todas las economías involucradas.

Lo cual no quiere decir que ya nos cargó el demonio. Si tomamos finalmente conciencia de que hay un mundo aparte de los Estados Unidos, de que hay mercados emergentes y tradicionales que están ansiosos de entrar a comerciar con México, deberíamos —desde antier— comenzar a explorar esas posibilidades. El estilo personal de gobernar de Andrés Manuel, del que apenas conocemos algunas manifestaciones aisladas, podría tener algunas sorpresas para el señor Trump: no le vaya saliendo, como decía mi abuela, la criada respondona. El interés manifiesto de China de tomar posiciones firmes en América Latina ha estado ahí desde siempre. La más reciente manifestación de esa intención se acaba de dar en cuanto se amplió el proyecto del Tren Maya. Chinos y japoneses están puestísimos para entrarle con tecnología, capital y experiencia.

Esa sería la mejor manera de acabar con el ya merito y el chantaje tuitero de Trump, y el lento ritmo que le ha impuesto a las negociaciones comerciales. Lo que no podemos hacer es seguir sujetos al ritmo despacito en que nos encontramos empantanados ahora.

PILÓN.- El deporte en México ha sido tratado siempre como mujer de la calle, que está ahí siempre para lo que el cliente pida, so pena de mayor maltrato. Nunca hemos sido capaces de incluir los deportes a un programa magno de educación para todas las edades, para lograr un desarrollo integral que tenga repercusiones en la prevención del delito, la drogadicción, la violencia y la integración familiar. Ahora resulta que este sexenio vamos a tener un deporte cuyo objetivo sea producir beisbolistas para las grandes ligas porque el deporte favorito del rey es el rey de los deportes.