Proyectos de iluminados

El 53% de la votación es más que suficiente para acreditar el triunfo electoral de Andrés Manuel López Obrador.  Aunque el remanente no es un número despreciable, lo que prevalece es la actitud de darle a AMLO el beneficio de la duda. Hay cosas buenas que están emergiendo de las primeras semanas en el desempeño del futuro Presidente de la República, por ejemplo, la tranquilidad que han estado sembrando sus declaraciones a la prensa y en los coloquios con jerarcas de la iniciativa privada

 

21 de Julio de 2018

En estos momentos de transición es sensato que AMLO afirme que el actual equipo negociador del TLCAN debe continuar y que el tratado permanezca tripartito y no reducido a un par de tratados paralelos, uno con Canadá y el otro con nosotros, en obsequio al “America First”.

Hay, por otra parte, temas que emergen como promesas de campaña y que, de abrirse a discusión y consulta, serían lamentables distractores de energías que urgen ser dirigidas al desarrollo nacional sin demora alguna.

Uno de esos puntos es el que, tras de un lapso convenido, hay quienes sugieren tres años, se consulte a la ciudadanía si el Presidente de la República debe continuar o abandonar su gestión. La propuesta es extremadamente inapropiada en momentos en que los equilibrios políticos están bajo el más confuso escrutinio público. La propuesta resulta, además, paradójica y dañina, porque una de las razones por las que el señor López Obrador ganó la Presidencia es que hay una clara urgencia de poder confiar en una gestión administrativa segura y definida en cuanto a rumbos.

Pedirle al electorado que a cada rato, atendiendo a presiones partidistas, reconsidere la aprobación que otorgó al mandatario es introducir una perversa inestabilidad política que anula autoridad y seguridad a programas de acción de mediano, ya no de largo plazo,  que son los que en tantos casos se necesitan.

Otro punto es el proyecto de dispersar por todo el ámbito nacional, no oficinas operativas del gobierno, sino las superiores. Hace al menos 25 años, en tiempos de Pedro Ramírez Vázquez, se examinó y discutió la descentralización del gobierno. Nuevamente, se trata de acabar con el congestionamiento de la capital de la República para equilibrar la distribución y desarrollo urbano del país y de radicar funciones públicas a zonas supuestamente afines a su vocación; obviamente, no a ciudades ya excedidas en población como Guadalajara, Monterrey, Chihuahua, Puebla o Querétaro. Se entiende que se dotaría a las nuevas ciudades-sedes de las inversiones en infraestructura suficientes para alojar a las nuevas oficinas que, aun severamente recortadas, serán numerosas.

No hay en esas consideraciones ninguna que atienda a las realidades concretas de los ciudadanos, que tengan que tratar un determinado asunto en diferentes oficinas. La atención a cuestiones agrarias, por ejemplo, que tengan que verse con la Sagarpa, al igual que con la SHCP o la de Economía simultáneamente, se verá severamente entorpecida si el interesado promovente debe trasladarse de una ciudad a otra para abarcar las diversas facetas de su asunto. El interés, el tiempo y los gastos del ciudadano común y corriente son, una vez más, lo que la iluminación política menos toma en cuenta.

Se alegará que las comunicaciones increíblemente rápidas y eficientes de hoy en día sustituyen con ventaja la presencia física del interesado y que cualquier asunto ya se maneja a distancia entre computadoras y redes de comunicación. No es así. No todo el mundo dispone de redes. La presencia física y la interlocución personal son indispensables, y siempre lo serán, por mucho que la comunicación, por videos, satélites, etcétera, se perfeccione.

Las administraciones “e” que se inician en algunos países y que comienzan a ensayarse en México, se aplican a trámites que pueden realizarse impersonalmente: Declaraciones fiscales, la obtención de documentos públicos o notariales, los permisos de toda índole, sin duda pueden resolverse vía terminales electrónicas. No así los asuntos de coordinación de actividades entre organismos públicos o privados, que queremos propiciar cada vez más y para lo cual la reunión personal y directa es insustituible. No así los asuntos que preocupan a personas de escasos recursos, a quienes sería infame obligarlas a peregrinar de una ciudad a otra buscando atención.

En éstas, como en varias otras áreas de la administración futura que ahora se diseña, sería altamente recomendable que los personajes que se responsabilizarán de ellas aprovechen este largo periodo de transición para visitar los países donde ya se hayan ensayado las novedades que se pretenden recetar a México. López Obrador debe pensar siempre en el ciudadano que lo apoyó.