Ka kalinka, kalinka maya...

 

 

16 de Julio de 2018

La leyenda dice —y yo le creo— que el futbol se originó cuando unos salvajes sicilianos le daban de patadas a las cabezas de sus vencidos enemigos para ver quién las metía primero en un hoyo. Un poco como el golf de hoy, pero menos elegante. La historia dice —y yo también le creo— que fueron los ingleses los que le pusieron reglas a ese juego, llegado de las Galias, diferente del rudo rugby, donde todo se vale, inclusive la agarrada de nalga. Como dice la tradición, los ingleses son buenos para poner reglas, como el semáforo.

En el siglo segundo antes de nuestra contabilidad, los chinos jugaban una cosa que se llamaba Tshu-Kuh, que consistía en meter a patadas una pelota hecha de pelos en un cuadrito de medio metro de alto por un metro de ancho. Algo así como lo que de niños jugábamos en mi barrio.

Lo único importante es que el juego, perdónenme que no le llame el deporte más importante en el mundo entero, hoy se llama futbol. Sí me duele que cuatro millones de cabrones que se llaman croatas y que fueron peones del proyecto del mariscal Tito, cuando yo era niño, no pudieran desfilar como los parisinos hicieron ayer por los Elíseos cuando merecieron igualmente ganar la Coup d´Mond.

No me molesta el hecho indiscutible de que medio millar de pudientes mexicanos hayan pagado boleto de avión, alojamiento en el enorme hotel Rossiya sobreviviendo el río Moskva —sí, no le ha cambiado Putin el nombre— o alguno semejante como el International, las caras entradas a los estadios y todos los litros de vodka Stolichnaya, platos de caviar Sevruga o los honorarios de las señoritas —bueno, es un decir— que les hicieron compañía.

Lo que se gastaron en la tienda Gum, frente al Kremlin, son minucias.

El asunto es que alguien que no puedo discernir, en algún momento que no puedo establecer, se dio cuenta que el entretenimiento es un gran negocio. Lo que no debemos olvidar es que la Copa del Mundo, que comienza dentro de cuatro años y medio en el cálido Qatar, es un negocio, como fue la historia en Rusia. Un millón de turistas extranjeros llegaron a lo que fue la Unión Soviética. Si le calcula usted a doscientos dólares por cráneo/día, se queda corta.

Lo que no entendemos es que en un evento internacional de esta naturaleza lo que sale ganando es la marca/país. Así lo entendió el señor Putin que ahora le hace de anfitrión —de a de veras— de Donald Trump. Rusia ha sido puesta de nuevo en el mundo social: no como amenaza nuclear, pero sí como presencia mundial. Así lo comprendió Díaz Ordaz en 1968 y Miguel de la Madridmanteniendo el campeonato de futbol en México después del temblor.

La Copa del Mundo no la ganó Francia; la ganó Putin.

En el mundo actual, la Rusia de esta mañana no tiene nada que ver con la que existía hace dos meses. Nosotros no conocíamos la Kalinka Maya, como pocos conocían el Cielito Lindo.

Por eso aplaudo que el Mundial que sigue —después del cálido arábigo— sea, así sea de pizcacha, y en partecitas con los gringos, en nuestro país. Espero que igualmente le reditúe a Andrés Manuel.