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El Obraje de Mixcoac

 

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Síntesis de la conferencia sustentada por el C.P. Bernabé López Padilla ayer en la Biblioteca José Máría Morelos relativa al Obraje de Mixcoac en el siglo XVIII 

 

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Hoy tocaremos en forma breve un tema ya olvidado en la historia de México, el  de un obraje del siglo XVIII: el de Mixcoac.

El obraje de Mixcoac también conocido en el pueblo como el obraje de Peña, empezó a funcionar como tal en el siglo XVII a mediados, y en la siguiente centuria llegó a ser uno de los  más importantes de la Nueva España.

La historia del obraje de Mixcoac COMIENZA EN 1731 CUANDO LO COMPRA el español Juan de la Peña Palazuelos.

Al morir éste pasó a ser propiedad  del comerciante de Mixcoac Baltazar de Soto Nogueira, pero en pocos años lo recuperó un sobrino de Peña, quien además era su yerno, Francisco Antonio Casuso y Peña de los Ríos, quien será parte importante en esta charla sobre el obraje.

Casuso fue además Regidor Honorario del Cabildo de la ciudad de México y alférez real de Fernando VI en importantes ceremonias de la corte; su vida se desenvolvió en un constante devaneo entre esos dos mundos a veces tan opuestos: el de la empresa y el de la política cortesana.

Por medio de los vestigios de una casa recuperada y renovada, que ahora forma el casco central de las magníficas instalaciones de la Universidad Panamericana, se articula toda una historia de la cultura material del pueblo, del obraje y de su dueño, Francisco Antonio Casuso y Peña de los Ríos.

La información que hoy transmitiré está contenida en la magnífica obra del Dr. SALVADOR CARDENAS  GUTIERREZ  que fuera catedrático de la Universidad Panamericana, campus México, durante más de 21 años

Cuando materiales visuales se examinan históricamente, no se pueden ver sólo con un enfoque ideológico, sino que se tienen que mirar con modos de percepción distintos a los actuales. Los objetos, su tamaño, el material con los que están hechos, su función, su color y su disposición encierran narrativas que no son inmediatamente aparentes para las miradas de hoy. El autor se dio a la tarea de escribir una suerte de historia recuperativa que va más allá de un mero análisis iconográfico. Las herramientas mentales con las que el hombre y la mujer ordenan sus experiencias visuales son variables y culturalmente relativas, ya que la forma de ver y de interpretar está también determinada por la sociedad que articula su experiencia.

La labor del historiador, entonces, es intentar la recuperación de la mirada o el ojo del pasado: la forma culturalmente específica de analizar al empresario virreinal, al oficial del ayuntamiento, al custodio del pendón de la ciudad, al deudor escurridizo del siglo XVIII; a las relaciones laborales de la industria textil, las barreras insuperables entre los operarios y el obrajero, el sadismo del confinamiento, lo apacible del cuarto de costura; la miseria de los trabajadores indígenas, negros y de color quebrado frente al prestigio y la preminencia del pequeñísimo porcentaje de población dueña de tierras, minas, comercios y obrajes. En otras palabras, al recuperar la cultura visual, se recupera también un pasado más complejo pero más completo; a partir de la historia de un edificio se reconstruye toda la cultura material de su entorno incluido la experiencia humana. Pero, la explicación o la especulación sobre los procesos cognitivos del pasado están minado, es complicado porque implica entrar a las estructuras mentales y los pensamientos que una vez fueron y que legaron vestigios y memorias difíciles de atrapar.

El libro es un homenaje a la casa de Casuso y Peña, que ahora cumple con otra función y que tiene una población muy distinta de habitantes dedicados al conocimiento, la investigación, el estudio y la docencia.

 Es una visita guiada personalizada de la casa, pero al recorrer su intimidad también el pueblo y curato de Mixcoac; el obraje textilero, sus hilados, olores y colores, sus puertas, cuartos y corredores, su maquinaria y sus operarios; la casa del señor dueño del obraje con sus verdes jardines, ventanas ovaladas, rincones y despachos; narra el ambiente de sus cuartos de dormir y sus estancias con visitantes enfrascados en tertulias acerca de las noticias del día, aunque también cuenta la angustia de la bancarrota y de la ignominia de la cárcel, así como la notoriedad del incumplimiento.

 La historia recuperativa del obraje de Mixcoac y de su entorno narra, con lujo de detalle, lo evocativo de una época, el sentimiento de las personas que vivieron en lo que hoy es parte de la Delegación Benito Juárez.

EMPRESAS Y EMPRESARIOS COLONIALES

El obraje de Mixcoac… es, además, la contribución más reciente a la ya nutrida historiografía de la industria y los empresarios coloniales. Se sabe que los empresarios de antaño, como los de ahora, diversificaron sus intereses e inversiones para sobrevivir en un mundo de mercados inciertos, carente de dinero circulante; un mundo de epidemias, malas o abundantes cosechas, plagas, heladas, familias numerosas y estilos de vida lujosos que ponían a su patrimonio en riesgo constante.

Los integrantes de la llamada élite novohispana recurrían a estrategias específicas para ampliar su margen de ganancias y sus redes sociales; se podía ser almacenero y a la vez poseer minas y haciendas, ranchos y obrajes, casas de campo más una lujosa casa en la capital, ocupando también puestos en o relaciones con la burocracia real o de la ciudad y estar emparentado con miembros de la Iglesia. La relación con los oficiales administrativos, judiciales y financieros y el clero tenía un beneficio mutuo, ya que los oficiales podían adquirir mayor dinero, poder y relaciones sociales y articularse con las élites locales, y las elites locales, a su vez, recibían el poder y el prestigio que los oficiales de la capital y del reino disfrutaban de sus puestos y posición social y de su identificación con el monarca.

En este sentido, Casuso y Peña es representativo de estas estrategias típicas de un empresario local novohispano; fue dueño del obraje de Mixcoac, de la tienda de tlacos, del batán en el pueblo de San Jacinto, de numerosas casas de mayordomía y rancherías cerca del obraje. También fue dueño de la mina La Peregrina en San Juan Huautla, cerca de Pachuca, de una casa en la ciudad de México en la calle del Veneno, así como de una tienda de paños y telas en el Portal de Mercaderes; así mismo, fue regidor honorario del cabildo de la ciudad de México y alférez real de Fernando VI.

El mercado de textiles era competitivo pero tenía también una demanda, sobre todo de la ciudad de México. Aunque la producción de textiles no se llevaba a cabo únicamente en los obrajes  también los artesanos agremiados e independientes los confeccionaban, fueron fábricas que agruparon bajo un solo techo al trabajo asalariado dividido entre varias tareas y máquinas que llevaban a cabo una serie de procesos para producir, en cantidades mayores, textiles para su venta. Pero el obraje requería de insumos que no siempre podía costear el dueño. Uno de los costos más altos fue, precisamente, el pago y la manutención de los 132 empleados que tuvo Casuso.

Mucha de la mano de obra, sin embargo, no era asalariada sino que consistía en esclavos, reos que cumplían su condena a cambio de trabajo forzoso y hasta deudores que saldaban su deuda con trabajo.

A algunos trabajadores los retenían interminablemente con prácticas de adelantos de sueldo que les era imposible saldar, viéndose en la necesidad de permanecer en el obraje como trabajadores endeudados. La mano de obra, entonces, podía ser inestable por enfermedad, maltrato, huidas y rebeliones, como la ocurrida en 1752 cuando los trabajadores del obraje se amotinaron violentamente ante su posible regreso a la prisión si el obraje se iba a la quiebra.

Uno de los mecanismos más importantes a través del cual los empresarios accedían a los recursos tanto materiales como inmateriales fue el matrimonio, la familia y el compadrazgo, que sirvieron para articularlos al interior de redes complejas de parentesco de sangre y simbólicas, así como de relaciones políticas y económicas. Las familias criollas, por ejemplo, ya establecidas en torno a la tierra, se reforzaron al tomar en su seno comerciantes peninsulares que buscaban fortuna en América y frecuentemente se convertían en yernos que enriquecerían a la familia por medio de la diversificación en torno al comercio. El personaje central de este libro demuestra qué tan difundida fue esta estrategia.

Cuando quiebra el obraje, Casuso declara que se debía a «el mal estado de la hacienda y de las finanzas del obraje [resultado de] la escasez de maíz registrada en todos los obrajes del reino». Aquí, el propietario se refería claramente a que cuando faltaba maíz, se contraía el mercado de créditos. Junto con esto, los libros de cuentas demuestran que el obrajero arruinado tenía también muchas deudas con los proveedores de insumos que le facilitaron compras a crédito y los acreedores que le habían facilitado capitales para sus inversiones, arrendamientos, contratos de avío, así como para los salarios de sus operarios.

 

Gregorio Bermúdez Pimentel, quien le había prestado dinero a Casuso para la compra del obraje, por ejemplo, exigió, en 1750, su pago por medio del embargo de bienes que también recomendó el Real Fisco al que se le debía 17,750 pesos en impuestos caídos. Ante tal situación, el obrajero vivió a salto de mata para evitar a los acreedores que se volvían cada vez más exigentes.

EL PRESTIGIO Y LOS PRIVILEGIOS

Las casas acababan con muchas de las familias adineradas que no sobrevivían a lo largo de las generaciones. La ruina de don Francisco se debió no tanto a sus errores de juicio, malas inversiones ni a sus gastos excesivos, sino al sistema social en su conjunto conformado por sus propias normas y valores. La lujosa casa de don Francisco Casuso y su esposa Manuela es emblemática de los grupos llamados burgueses del siglo XVIII novohispano, que fueron eminentemente consumidores de prestigio, o sea, de estatus social. El regidor y alférez tenía el derecho de caminar junto al virrey y de entonar la lealtad de la ciudad al rey don Fernando mientras enarbolaba el pendón de la ciudad. Su familia y su casa habitación debían reflejar su nivel aunque el obraje estuviera en la ruina. La seguridad de la posición de la familia y el aumento de su importancia se lograba aun subordinando los gastos que se necesitaban para su buen funcionamiento. En una sociedad de Antiguo Régimen, la identidad de grupo se consolidaba también por medio de los privilegios. Quien no se comportaba de acuerdo con su rango, perdía el respeto de la sociedad y corría el riesgo de quedarse arruinado, fuera del círculo de trato que le correspondía. El rango y prestigio de una familia y los privilegios sociales vinculados a éstos también estaban en constante prueba mediante el deber de realizar enormes gastos para ofrecer grandes banquetes y suntuosos regalos a sus amigos y rivales, así como por medio de la construcción de lujosas y vistosas casas, testimonio pétreo de su riqueza económica y social.

 Sólo salió de la cárcel cuando comenzó a pagar sus deudas. La familia lo restituyó ya que, con el tiempo, el comprador del obraje sería el tío de la esposa, el capitán Blas Mexía de Vera.

Este magnífico libro presenta una geografía y una economía de los objetos que narran los acontecimientos de la condición humana en el pasado. El viaje por la casa, por esta casa, es un viaje por el tiempo, un puente entre la casa de don Francisco y las aulas de esta Universidad; es una mirada a las prácticas y las relaciones del pasado, un testimonio a las personas que ya no están pero que forman la memoria de las calles de Mixcoac y de la Universidad Panamericana.

 

La historia nos muestra que la corrupción en México  viene de siglos atrás y los negocios entre funcionarios públicos y empresarios, así como las redes sociales entre compadrazgos, parentela y nepotismo, para hacer negocios, es cosa vieja en nuestra Nación.

 

Cuando presentemos la segunda parte de esta charla descubriremos muchas cosas muy interesantes que guardan las paredes del Obraje de Mixcoac.