Pascal Beltrán del Río

Pascal Beltrán del Río

Bitácora del director

 

A pesar de las imágenes que dan cuenta de cómo ha descendido el nivel de las presas del Sistema Cutzamala –fuente de entre una cuarta y una tercera parte del agua que llega a la Zona Metropolitana del Valle de México–, el gobierno capitalino sigue negando la gravedad de la crisis hídrica.

Todavía hace dos semanas, Martí Batres, jefe de Gobierno de la Ciudad de México, sostenía que “no hay ninguna situación de emergencia” y que “está garantizado el abasto de agua para los habitantes de la Ciudad de México”.

Ayer, sin embargo, el Organismo de Cuenca Aguas del Valle de México dio a conocer que, debido a la ausencia de lluvias, el Sistema Cutzamala perdió 4.19 millones de metros cúbicos de agua sólo en los primeros días de este mes (un promedio de un millón por día) y que las presas se encuentran en apenas 37.7 por ciento de almacenamiento.

Su directora, Citlalli Elizabeth Peraza Camacho, informó que el envío promedio de agua al Valle de México entre el 26 de febrero y el 3 de marzo fue de 7.925 metros cúbicos por segundo, muy lejos de los 16 metros cúbicos por segundo, que se bombeaban en años anteriores en época de estiaje (nota de Ernesto Méndez, en Excélsior online).

 
Aun así, el oficialismo sigue sosteniendo que las advertencias que han lanzado diversos expertos sobre los potenciales efectos para la población de la sequía que afecta la zona limítrofe de Michoacán y el Estado de México –donde se encuentran las presas Villa Victoria, Valle de Bravo y El Bosque, entre otras– es puro alarmismo y una estrategia electoral de los adversarios de la Cuarta Transformación.

“Los que tienen una situación de emergencia son los de la oposición conservadora (…) porque va avanzando el tiempo y no es que no les caiga el agua, sino que no les caen los votos”, se mofó Batres.

El mandatario capitalino ha insistido en que no existe un “día cero” en el que la Ciudad de México se quede sin el líquido. Si bien es cierto que es difícil de calcular cuándo se produciría ese escenario y que, ciertamente, no ocurría de golpe, la rapidez con la que se vacía el Sistema Cutzamala debiera llevar a las autoridades locales y federales a ser más responsables y no partidizar el tema. En caso de producirse una severa escasez, afectaría a todos los habitantes del Valle de México, en mayor o menor medida y al margen de sus preferencias políticas.

 

 
 
 

El mensaje que se esperaría de una autoridad competente y preocupada por el bienestar de sus gobernados debiera incluir el reconocimiento de que se está enfrentando una situación difícil –agravada por las olas de calor de este fin del invierno y las persistentes fugas– y llamar a los capitalinos a reducir el consumo de agua a niveles estrictamente indispensables.

Negar las cosas con gracejadas –por temor al efecto electoral que pudiese tener la verdad– lo único que genera es la sensación de que no pasa nada y que la población puede seguir utilizando el agua como siempre, es decir, en demasía e incluso con derroche.

Pareciera que el único “día cero” que quita el sueño al oficialismo es el 2 de junio, la jornada electoral. Por encima de cumplir con las tareas que se esperan de sus gobiernos, tiene una evidente obsesión de mantener el poder a toda costa y, si para ello se deben ocultar los problemas, pues así pasa.

Esa ha sido, de hecho, la constante del sexenio: en temas como la inseguridad pública, el desabasto de medicamentos, los efectos de la pandemia, la devastación de áreas naturales para levantar las obras insignia de este gobierno, etcétera, los problemas se han negado o se han atribuido a la exageración de los “adversarios”.

El presidente Andrés Manuel López Obrador incluso acaba de colocar en la lista de quienes están “en contra” de su movimiento político al alto comisionado para los Derechos Humanos de la Organización de las Naciones Unidas, el reconocido jurista austriaco Volker Türk, sólo por pedir lo obvio al gobierno mexicano: salvaguardar de la violencia el proceso electoral en curso.

Los problemas no desaparecen ocultándolos. Se atienden mejor cuando se transparentan. A menos, claro, que las autoridades teman a su propia incapacidad para resolverlos.