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Pero eso sí, mañana sí te pago

La malicia latina en América identificó la inocencia con la estupidez y el 28 de diciembre se convirtió en el día de los tontos.

 

 

28 de Diciembre de 2015

…pero eso sí, mañana nos casamos, pero eso sí, mañana te lo doy, pero eso sí, la última y nos vamos…

                Chava Flores¿A qué le tiras cuando sueñas, mexicano?

 

Todas las festividades relacionadas con las fechas que corren en estos insoportables días tienen un incierto calendario. Eso de que Jesús nació la noche del 24 de diciembre es totalmente arbitrario. La fecha de la adoración de los sabios llegados de Oriente se estableció por vías de la astronomía. Los judíos tienen más certera la ubicación de la fiesta de las luces de los macabeos porque su calendario nunca estuvo sujeto a los caprichos de los papas desde el calendario gregoriano que rige a la mayor parte del mundo. Sin embargo, sucede que la tradición marca que hoy sea el Día de los Inocentes. A la celebración de hoy se le llama así porque la tradición cristiana establece que Herodes I, enterado por sus adivinos de que un recién nacido amenazaba con robarle el reino, habría mandado matar a todos los recién nacidos alrededor de la fecha para asegurarse de que el nazareno no llegara al poder.

Por una extraña razón, la malicia latina en América identificó la inocencia con la estupidez, y el 28 de diciembre se convirtió en el día de los tontos, lo que los ingleses exportaron a la América del Norte como el April Fool’s day, que me parece es el 1 de abril, debido a la resistencia americana a cambiar al calendario gregoriano. El día en que nada debe tomarse en serio, especialmente las promesas y los compromisos. En otras palabras, el día de la decepción.

Muchos medios, especialmente impresos, publicarán en alguna sección las noticias más inverosímiles posibles, para argumentar luego el viejo decir de las abuelas: inocente palomita que te dejaste engañar, sabiendo que en este día nada se puede prestar. Menos la fe.

No puede haber desilusión si no hubo previamente una esperanza. Generalmente nuestros gobiernos dedican los 364 días restantes del año a generar una esperanza. Usualmente cimentan esas ilusiones en lo que los seres humanos entendemos con mayor dificultad, las estadísticas. Que si hay menos desempleados, que si la inflación históricamente es la menor en medio siglo, que si el crecimiento económico superará el 3%, que si la debacle petrolera será subsanada por la inyección de capital externo, que si el índice de homicidios ha bajado estrepitosamente, que si no hay crimen organizado en la Ciudad de México, que si las arañas. Para mí, lo único cierto es que cada vez tengo menos dinero en mi bolsillo y cada vez cuestan más las cosas que tengo que pagar.

Salvador Flores, el único cronista preciso de la mexicanidad —especialmente de la urbana capitalina— recupera en los sueños del mexicano la promesa ilusoria que ubica en el futuro la solución a las frustraciones que arrastramos del pasado porque somos incapaces de enfrentar la realidad del hoy. Los mexicanos nos hundimos entre una añoranza de un pasado que en su momento denostamos y una ilusión de un futuro que no nos preocupamos en edificar sólidamente. En el extranjero, la palabra que nos define mejor es  mañana, que implica una promesa indefinible de que algo mágico, providencial o catastrófico ha de cambiar la realidad en nuestro favor sin que hayamos movido un dedo.

La realidad nos dice la frase de la abuela: inocente palomita que te dejaste engañar. En el embauco histórico empeñamos el futuro en aras de una esperanza vacía. Todo será mejor. Ya nada más nos faltan tres años o, mejor dicho, dos. ¿A qué le tiras cuando sueñas, mexicano?, pregunta Chava Flores. “A hacerte rico en loterías con un millón. Mejor trabaja, ya levántate temprano, con sueños verdes sólo pierdes el camión… Con sueños de opio no conviene ni soñar; sueñas un hada y ya no debes nada, tu casa está pagada, ya no hay que trabajar. Ya está salvada tu entrada en la Olimpiada, soñar no cuesta nada, qué ganas de soñar”. Inocente palomita.

PILÓN.- Nadie necesitaba leer Excélsior del domingo para enterarse de que el principal puerto de entrada de la cocaína a México es el aeropuerto Internacional Benito Juárez de la Ciudad de México. Ha habido matanzas entre oficiales del orden por el control de esa importante posición del crimen. Detenciones espectaculares —algunas de ellas inducidas y falseadas que mantienen a mujeres, presuntamente inocentes, en la cárcel— se han realizado ahí. Las procuradurías de todo jaez se han hecho de la vista gorda. O eso parece.