El siguiente huracán

Nadando entre tiburones

VÍCTOR BELTRI

El siguiente huracán

Hay, al menos, tres grandes lecciones que se desprenden de lo que acabamos de pasar, en términos de sociedad civil, su interacción con el Ejecutivo y el funcionamiento de éste último.

 

 

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26 de Octubre de 2015

 

A mi Pilar.

 

 

 

La crónica del paso del huracán Patricia incluye, sin duda, la palabra suerte, pero también la palabra preparación. Suerte, porque una serie de circunstancias afortunadas impidió que sus efectos fueran tan destructivos como se especulaba; preparación porque la actuación de las autoridades —en sus tres niveles de gobierno— así como la colaboración de la ciudadanía, fueron fundamentales para que la respuesta de México ante un desastre natural de tales dimensiones sea considerada como un ejemplo a seguir en todo el mundo.

 

Hay, al menos, tres grandes lecciones que se desprenden de lo que acabamos de pasar, en términos de sociedad civil, su interacción con el Ejecutivo y el funcionamiento de éste último. La primera es, una vez más, que los mexicanos somos capaces de enfrentar grandes retos cuando nos encontramos ante un peligro real: sin ir más lejos, hace poco más de un mes conmemorábamos el trigésimo aniversario del terremoto que sobrevivimos gracias a la acción decidida de la sociedad entera en un momento de tribulación. Justo como con el huracán: a pesar de que su trayectoria alejó sus efectos más perniciosos de los grandes centros urbanos de la región, sin la colaboración decidida de autoridades y ciudadanía las noticias serían, muy probablemente, las de una catástrofe terrible.

 

Pero no fue así. Las autoridades realizaron un trabajo magnífico de coordinación, actuando de acuerdo con un protocolo establecido con anterioridad. La cadena de mando fue clara, y el presidente Peña estuvo presente desde el principio con un mensaje de tranquilidad y preparación, en lo que puede ser el momento más destacado en lo que va de su mandato. Ésa es la segunda lección: el Ejecutivo puede lograr resultados y trabajar en conjunto con una ciudadanía que no lo aprecia, siempre y cuando asuma sus responsabilidades, comunique con claridad y actúe con decisión. Por eso ha sido tan difícil vender el discurso de las reformas estructurales, o de la guerra en contra del crimen organizado: en uno y otro casos la sospecha fundada de corrupción a todos los niveles, los mensajes y políticas públicas contradictorias, así como el presunto sesgo en la actuación de las autoridades, han impedido que el público confíe y se adhiera a iniciativas cuya pertinencia, de otra forma, sería indiscutible.

 

La tercera lección tiene que ver con el desempeño del equipo cercano del presidente Peña, y va más allá de un resultado que rebasó con mucho las expectativas de quienes cuestionábamos los niveles de preparación del gobierno. La tercera lección tiene que ver con el sentimiento de triunfo de un equipo cuyos logros normalmente no se reconocen más allá de las paredes de Los Pinos o de algunos círculos muy específicos: es la primera vez, en mucho tiempo, que la gente reconoce sin ambages el trabajo del Ejecutivo. En el momento de reconstruir la confianza, el trabajo empieza desde dentro.

 

El huracán se formó en unas horas, nos golpeó de lleno y dejó a su paso, más que devastación y tragedia, lecciones valiosas que debemos de aprender. México es un país capaz de unirse en la adversidad y responder a los mayores problemas, incluso con un líder que no aprecia, si éste asume sus responsabilidades, comunica con claridad y actúa con decisión. La sociedad está dispuesta a reconocer los logros del gobierno cuando actúa con eficiencia, y a unirse a él en las batallas que reconoce justas: si los reclamos más apremiantes de la ciudadanía son el Estado de derecho y el combate a la corrupción, parece muy claro cuál es el siguiente huracán en el que el gobierno federal deberá de poner todo su empeño.