Hace muchos ayeres en la calle San Juan de Letrán de la ciudad de México vi a un tipo vistiendo un elegante frac (m. Vestidura de hombre, que por delante llega hasta la cintura y por detrás tiene dos faldones más o menos anchos y largos) y se paró en la puerta de la torre Latinoamericana, y se puso a ir y venir en un tramo de diez metros aproximadamente. Yo, un provinciano recién llegado a la capital de la república, veía sorprendido que ese tipo anduviera tan elegante en pleno centro de la ciudad en horas de la mañana; pero de pronto me percaté que el elegante llevaba en la espalda tremendo letrero anunciando una sastrería. Tiempo después vi una película de Cantinflas donde él llevaba puesto un frac y con peculiar forma de caminar, iba por la calle anunciando la marca de una fábrica de ropa. Los cinéfilos nos carcajeamos de ver al cómico vestido así anunciando ropa.
Hoy, cada vez que veo a un pelotero uniformado con su traje de béisbol y su titipuchal de anuncios, me acuerdo de Cantinflas, y sin querer queriendo me río de ellos; y digo, pobres hombres hasta donde los han llevado, todo por no tener un sindicato que los defienda como a los peloteros de las grandes ligas.
Y la verdad sea dicha, yo no le veo ningún beneficio a los que pagan esos anuncios, al menos conmigo no lo tienen y preguntando a otros aficionados, me han dicho que ni se fijan en que anuncian; y como diría mi abuelita que era muy decente hasta que se murió: tontos son los que pagan por algo que nada sirve.
TODAVÍA HAY ESPACIO EN LAS GORRAS PARA OTROS ANUNCIOS