9 ABR, 2019

Muchos otros poderosos piensan que la situación que han creado con su gobernación pedestre jamás se descompondrá

Ángel Verdugo

Economía sin lágrimas

 

ÁNGEL VERDUGO

Una de las prácticas más dañinas para toda gobernación es, sin duda, el pensar que las mentiras que dice el gobernante son verdades casi axiomáticas, irrefutables, por el simple hecho de que las dice el que todo lo puede y lo sabe y ante el que todos inclinan la cerviz. Es más, las cosas son más graves y dañinas para la gobernación cuando, a lo señalado arriba se aúna el que el poderoso en turno piense, sin asomo de la menor duda, que las mentiras evidentes que no se cansa de decir son, todas sin excepción, verdades casi axiomáticas que no requieren ni siquiera el menor intento de demostrar que lo son.

Cuando se llega a esos extremos de gobernante y gobernados, toda gobernación se convierte en un espectáculo barato representado por actores de tercera. La gobernación entonces pierde todo sentido, pues lo que fue una esperanza legítima para millones, que incluso los llevó a entregar su voto al candidato que hoy los gobierna, se vuelve una verdadera pesadilla que esos millones ruegan al que sí es todopoderoso, que termine ya.

Mientras sigue ese proceso de degradación de la gobernación y la política toda, la realidad se va encargando de echar a perder todo, pues continúa haciendo su trabajo; pronto, más temprano que tarde, el hedor de lo podrido, de lo echado a perder, lo invade todo. Es aquí, llegado a este punto, donde se le presenta al poderoso la oportunidad de corregir el rumbo; esto se traduciría, obligadamente, en un ajuste profundo de su equipo y hacer un alto en el camino para desechar lo que no ha servido y también, complemento imperativo, preparar la nueva etapa de su gobernación.

Sin embargo, las más de las veces —debido a la megalomanía (Manía o delirio de grandezas) del poderoso—, éste decide seguir con lo mismo y las más de las veces con los mismos porque, él es el que está en lo correcto, no la realidad; él es el único que sabe cómo hacer las cosas bien y nadie, ¡sí, nadie!, le vendrá a decir lo que debería hacer su gobierno a partir de ahora.

En América Latina, no podía ser de otra manera, tenemos decenas de ejemplos de lo anterior, y émulos de los poderosos reflejados en los párrafos anteriores; van nombres de poderosos recientes que seguramente usted supo de ellos, y en un descuido padeció las consecuencias de sus locuras y megalomanía: Los Castro, los Kirchner, Perón y Evita, Echeverría y López (P), Ortega y su poetisa esposa, Evo Morales, Correa, Chávez y Maduro, Luiz Inácio Lula da Silva y Dilma y para que nadie se sienta, incluiría a Peña y López.

Lo más dañino de esta forma de hacer gobernación de esos y muchos otros poderosos —luego débiles al ser echados del gobierno y en no pocas ocasiones, del país—, es que piensan que la situación que han creado con su gobernación pedestre, jamás se descompondrá o dicho de manera coloquial: Que nunca va a tronar. Sin embargo, lo visto y padecido en años recientes no es sólo que la situación sí se descompone, sino que también, cada vez esta tragedia tarda menos tiempo en concretarse. De ahí que, obligadamente, le pregunte a usted: ¿Piensa que falta mucho para que ese desenlace lo veamos en estas sufridas tierras?