Las aguas procelosas de 2019

La desaparición de instituciones, la modificación de agendas nacionales y la drástica reducción de presupuestos son características de 2019. Para la mayoría de nosotros esos cambios afectan de alguna manera los alcances y ritmos de nuestras vidas y las de quienes de nosotros dependen. La reducción de sueldos a los empleados y funcionarios puede ser drástica, especialmente cuando será del 50% en el caso de los puestos del sector público.

 

15 de Diciembre de 2018

El asunto no termina ahí. Por todas partes se escucha hablar de despidos masivos en bancos e instituciones de servicios. Las repercusiones afectarán el ritmo de la diaria actividad comercial, el volumen del consumo doméstico, la compra de casas, autos o de enseres caseros y los seguros personales de salud.

El reajuste en la economía hacia la vida modesta, que el nuevo régimen responde a la realidad de una demografía hinchada en las últimas décadas, que no encontró en el sistema económico la manera de hacer que la producción de bienes alcanzara a dotar de poder de compra a los niveles de consumo mínimos que requieren las grandes masas de población ni tampoco a las pretensiones de las crecientes clases medias en todos los países. La brecha entre ricos y pobres en todos los países aumenta. Los economistas que asesoran a los gobiernos explican el perverso fenómeno sin ofrecer recetas efectivas para detenerla.

Para las mayorías, la reducción en la calidad de vida es inevitable. La típica familia mexicana se endeuda para sostener ya no su comodidad, sino elementales gastos. Las clases más pobres tienen que recurrir al apoyo de programas oficiales, muchos todavía en extrema pobreza. En las clases medias, mejorar las condiciones de vida se traduce en reducir todo lo posible el presupuesto de consumos habituales.

El fenómeno de las clases medias es donde más se aprecia el sacrificio de consumos y aplazar aspiraciones. Todos los gobiernos están planteando reducciones en los presupuestos nacionales, no por el gusto por hacerlo, sino porque, sencillamente, las sociedades no están produciendo lo suficiente para mantener a poblaciones cada vez más numerosas.

En épocas pasadas, que ahora algunos mencionan con nostalgia, los atractivos del consumo no eran para las mayorías, sino sólo para las capas privilegiadas de la sociedad. La democracia económica se instaló y el precio que cobra puede ser no las horas infames de trabajo o los sueldos esquilmados o ignorancia, sino la baja en la calidad de vida, o la simple inaccesibilidad a la que el sistema económico prometió, pero no tiene fuerzas para ofrecer y cumplir.

Si tenemos la situación antes descrita en que la comunidad no genera la riqueza social que corresponde al consumo, que de hecho se da, es evidente que la opción es cegarnos a ello y seguir alentando en todos los medios el nivel de consumo que el aparato productor no ofrece.

Es obvio que el problema tiene toda la complejidad que implica la estructura del sistema que prioriza el consumo antes que la producción, y que para cumplir tal objetivo se ve obligado a financiarse al crédito que simplemente aplaza la deuda que tendrá que pagarse. La sociedad que vive del crédito para satisfacer las demandas populares no podrá evitar llegar al vencimiento de los pagarés que firmó.

Ha llegado al momento en que el ritmo de consumo tiene que frenarse para dedicarnos a recomponer y rehabilitar la productividad del sistema que nos ha traído al punto en que nos encontramos. Reducciones por doquier de sueldos, ajuste del sistema educativo para mejorar su eficiencia, remodelación de las prerrogativas del sistema financiero y nuevos esquemas de relación obrero-patronal y la cancelación de obligaciones anteriores, se repetirán.

El Presidente de la República se lanza a corregir los problemas, destacadamente la corrupción, que a lo largo de los años se propagaron por todo el sistema. Esos males acumulados se tendrán que curar, pieza por pieza, a menos que recurramos a una revolución total y violenta. México ya la tuvo en 1910-1929 y la mayor parte de la sociedad no queremos otra. Preferimos ahora dosificar los remedios.

La transformación progresiva, que hace varios meses se inició, se topará con duras resistencias institucionales, como las que ya estamos presenciando. Frente a una minoría extremista e infantil que quiere un proceso violento y hasta asesino, nosotros, la mayoría ciudadana, debemos ser firmes en poner diques a los autoritarismos que, con el pretexto del cambio, aparezcan en los niveles locales de gobierno. Con la claridad del tranquilo sentido común, de manera sencilla y definitiva contribuiremos a que las transformaciones de 2019 lleven a la sociedad justa y fuerte que la patria espera.