En realidad, el proceso en sí de adquisición no fue lo que más afectó a la imagen de un presidente reformista, vigoroso y enérgico, al mando de un país que él había encaminado a cambios estructurales de gran calado: lo que vino a pegar en la imagen del Presidente fue el mal manejo de la información en torno a la posesión de la residencia y los mecanismos de compraventa. El echar al ruedo televisivo a una profesional de la actuación ante las cámaras con un libreto mal sustentado y peor escrito fue un mal paso, mucho más grave que el tropiezo de la Feria Internacional del Libro en el que Peña Nieto no fue capaz de nombrar tres libros importantes en su vida, o el incidente de la Universidad Iberoamericana que acabó gestando el efímero movimiento del Somos 132. Ésas eran minucias mediáticas.

El segundo acto de este transcurso al deterioro de la imagen presidencial fue nuevamente de estrategia fallida. El caso de los desaparecidos y muertos de Ayotzinapa, en sí muy serio y lamentable, no tenía por qué tronarle en las manos al Presidente de la República, a quien sus asesores mantuvieron callado ante un problema generado por las autoridades del estado de Guerrero y del municipio de Iguala y la corrupción de sus instrumentos del poder. De ahí a la afirmación: “fue el Estado”, queriendo decir “los mató Peña Nieto” había solamente un corto paso de manipulación informativa que se dio eficientemente.

Pero el peor momento estaba por llegar en la forma del fracaso de las reformas estructurales, que el presidente Peña quiso hacer columna vertebral de su histórico mandato. Si coincidimos en que los principales males del país son la seguridad, la corrupción y el rezago educativo que está gestando problemas que podremos solucionar apenas con dos generaciones de mexicanos, las medidas que se antojaban imperativas eran contener los estragos de la guerra tonta de Calderón contra el narco, iniciar la lucha contra la corrupción y plantear una verdadera Reforma Educativa que fuera más allá de encarcelar a Elba Esther Gordillo, lo que fue el objetivo más claro que se planteó. Pues no; el discurso fundamental del Presidente priorizó la Reforma Energética, traducida a abrir las puertas de la explotación y la comercialización petrolera al capital privado nacional y extranjero.

Eso tendría, como consecuencia directa de la competencia en el comercio de las gasolinas, precios mucho más bajos al consumidor final que los que paga el automovilista gringo. Totalmente falso. Hoy despedimos el año con los sucesivos anuncios de que los combustibles subirán el año próximo alrededor de 20 por ciento con todas las consecuencias en cascada que eso implica.

El discurso oficial, digno del Día de los Inocentes que es hoy, trata de borrar a todo coste la palabra gasolinazo, por sus resonancias violentas. Las gasolinas irán subiendo paulatinamente, por regiones y estados, en diferentes fechas a lo largo de los primeros meses de 2017. Despacito, muy despacito.

Como si la violación por etapas doliera menos y tuviera impactos moderados a la sensibilidad en el órgano más sensible del cuerpo humano: el bolsillo.